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Mostrando entradas de noviembre 16, 2008

Mira cómo te miro

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Dedicada a Ariel Luque.

En mi memoria hay restas

Si apareces, me pongo paleontólogo y voy a la nevera a hacerme frío… luego pienso en el sastre que cose los sudarios de la gente y me busco poeta en la blusa carmín que llevas puesta… y te propago, y te ayuno, y busco la autofagia de las manos que son necesidad casi científica. Si no apareces, soy noosfera quieta y zanjas, hambre y sus disfunciones, contratiempo… y me invado de un algo modernista hecho de optalidón y bacardí, y juego a reprobarme y pienso en verbos como tener, arder, tocar… Si te olvido un instante, me castigo con el tenedor de carne en el muslo derecho hasta que te recuerdo. Si no logro olvidarte y no apareces… los muertos prematuros me rozan, y soy el mapa viejo, la pizarra, el vidrio del tintero, la hoja seca… y busco por la imprenta un poco de chucrut para cenar a solas como un octogenario. En mi memoria hay restas, cartones, vasos viejos. Si apareces y te vas y te recuerdo… busco en los chivaletes que guardo tras el páncreas la mano del tipógrafo que vuelva a comp

Ejercicios rápidos de estilo

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Con la muerte en los talones

Corro y me desmadejo. Unos días me asomo a la muerte y acierto a huir, otros días sorbo la vida y no sé. Si el mar resiste tendré que intentar bebérmelo.

Amantes en un aparcamiento

Manténgase el minuto deseado, desátese lo negro de la noche y hagamos, abrazados en el coche, el rito del amor apresurado. Corran mis manos liebres por tu blusa, las tuyas desabrochen mis tejanos, y en ese azar de bíblicos hermanos busquemos en el tacto gozo y musa. Vencidos por la prisa, clandestinos, incómodos de atar, enajenados, habremos de guardar en la memoria el nítido recuerdo de esta noria de caricias furtivas y, agotados, separemos, sin más, nuestros caminos.

Quizás me deje de tu bello rostro

Desde las inmortales mañanas repetidas ella surge entre sábanas poniéndole a los días el norte más preciso. Me cuida, me alimenta, me sofoca las lágrimas... me hace sobrevivir. Y yo tengo las manos de mi padre, sus ojos y aun sus años, su pelo despeinado y sus canas sedosas... Y me miro y soy ella; soy ella y soy mi padre. Y me pesa el futuro mientras me duele el tiempo como lluvia tranquila, constante, con su cruel humedad. Quizás ya sea el tiempo de olvidar las guirnaldas que tus manos coronan en mis sienes inútiles. Es ya tiempo de olvido. Quizás, amor, me deje de tu bello rostro y me abata en naufragios de desaparición.

Una mujer se peina y llueve

El pelo es negro, negro, y cae como en un vómito cuando se dobla el cuerpo en la cintura. Los brazos parpadean con el peine, ordenan paralelos imposibles en un mapa cambiante y sin costumbre. Una mujer desnuda, peinándose en un cuarto con ventana franca a patio de luces gris y oscuro. Llueve afuera. Sus axilas son vírgenes, sus codos de ginebra son vírgenes aún. Los dedos también peinan como peines, acarician. Dibujos de carey se deshacen como la lluvia afuera y la mujer se tensa en un arco perfecto de músculos bellísimos, con los brazos abiertos y los codos doblados hasta el éxtasis. Las axilas son vírgenes, salvajes; el vientre es perfección, el sexo es vértice... la cabeza en torsión se hace infinita con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Una mujer peinándose en un pequeño cuarto con ventana. Es un día de lluvia en los cristales.

El perseguido, cansado, se esconde en un club de jazz

¿Por qué no olvidar el segundo recién pasado, el minuto anterior, y decidir que la historia comienza a la par que sucede? Percibir que todo anda mal nada más pisar la calle y borrar el instante, y volver a salir hasta que el curso de ese caudal de sombras que es el hombre alumbre una pasión... Y nadar los compases de una música de humo para que la bocana del arma del destino sepa que duerme el tiempo y no preste atención. A veces... lo mejor es morir un poco.

El cobarde mesa el cabello de una chiquilla

Porque no acaba de llegar el barquero reposo bajo los abedules apretando entre mis manos una daga que es aliento porque no fue suceso. Como una huida, recuerdo la ebriedad de una larga melena que fue para mis manos una imagen de pastos rendidos por el viento y una isla perdida desde la que zarpar sin billete de vuelta. La niña de aquel pelo se llevó entre su falda el gozo de la lluvia y un maullar de borrascas que apenas son memoria. Porque no acaba de llegar el barquero y el miedo vive bien en mis rodillas guardo todas mis armas y corro hacia donde mis pies deseen. Agarrar una llama y guardar su calor en los bolsillos. Eso es la gloria.

Gritando en el foro de la ONU

Discurso impar de Maiakovski ¡Respetables ujieres de la Tierra, jamás mis camaradas! Removiendo sus heces me pregunto: ¿Saben acaso ustedes cómo se vive el hambre?, ¿saben cómo la bala arde en la pierna o cómo se soporta el desgarro fatal del intestino?, ¿saben cómo es la sed obligatoria o el terror de un bramido que te entierra entre escombros?, ¿saben en qué lugar deja la incertidumbre la dignidad del pobre? Les contaré mi tiempo desde los soportales de una plaza de pueblo. Siendo nada, miré cómo un regato alimentaba huertos personales, cómo el día se llenaba con horas de trabajo vulgar muy dignamente, cómo crecía el amor a la par que los hijos y todo era un pasar de noches sobre días, de libros y tabernas, de estaciones, sin más, iterativas. De algún renglón torcido se me fue la sonrisa y un clamor extranjero me nació en las entrañas. Viajé como un poseso buscando en cada sur el fin del horizonte, y junto al pasaporte me crecieron preguntas que no sé contestarme, pero que riego siem

La traición hace el triángulo

No voy a matar más de lo que puedo porque de verme dios estoy cansado. Quizás me ahogue despacio en vino añado en un rincón de bar tranquilo y quedo. No voy a matar más a lo corsario, porque el brazo se cansa y duele el dedo de tanto disparar. Y ser Quevedo me gusta mucho más que ser sicario. El miedo que te ofrezco está en mi boca porque hoy cambio las balas por palabras que no saben de amigos ni banderas. No voy a matar más, aunque no es poca la amenaza de herirte. No me abras, porque sé que otro tiene tus caderas.

En el último bar. Ya tarde

La hemorragia en la nariz, en la muñeca tres marcas, las isóbaras del ojo avisan de un viento extraño, las caries del corazón beben de mi sangre alcohólica, los cabellos son rencor, las manos tejen un muerto, la boca hiede a una prosa que no sé determinar. No sé si ahogarme o nadar.

Documento traducido al búlgaro

Llevo unos libros entre mis manos y voy a casa con esa lentitud de páramo, con esa cosa de labrador triste de surcos repetidos. Voy a casa como a la muerte y no mido la distancia de unos ojos ni el pelo trazado por el peine en la melena de aquella mujer que quizás amó anoche... o no. Voy a casa a buscarme el semen entre las piernas.

Por si mi suerte...

Yo, nadie en vida, dejo el mar en su sitio, los castaños alumbrando otro ciclo de candelas y erizos, el cielo a su capricho para todos los ojos, el amor –aparcado– para gastarlo a tragos y unos hijos inciertos para que sean libres. Dejo mis ganas como nuevas, casi por estrenar, por si alguien las quisiera... ...y un plato de carne poco hecha. Cuidad que no haya tiempo para la podredumbre.

Un acecho en la sombra

¿Y si yo fuera la mujer consumada, la que sangra sus periodos o siente crecer el vientre como una baya? ¿Y si no tuviera margen para las lágrimas y pudriera mis versos entre sábanas? ¿Cómo sería yo, cómo sería el temor de mi voz y la tez de mi mirada? Algunas tardes meriendo algo y siento que me llena esa mujer que me abraza y me alimenta cuando estoy solo.

Del puente abajo

No pensar, porque en la sinapsis del pasado siempre hay un cobarde. Capturar el valor sin ser el gesto. Desabrochar los ojos. Encenderse de química y hormonas. Arder como un deseo. Libar el aire a fondo... Mirar el agua y ser la turba que encierra la potencia en el detritus.

Donde los otros nunca se detienen

¿Cuál fue el camino que miró el último muerto?, ¿cuál la pared que contuvo la certeza del fin?, ¿cómo fue el pálpito de morir sabiendo?, ¿a dónde se va el alma?... ¿existe el alma?... Algunas noches me puede el tiempo y no acierto a beberme el sueño como se bebe la absenta nadada en el chorro de agua. ¿Qué hacer si no se sabe cómo? ¿Qué hacer?

Policía en la puerta

A veces no importan las bombas ni la bala perdida ni el azar que al siniestro pone nombres. La amenaza es sólo posibilidad. La vida... la vida contiene el miedo.

Odio en el party

Sólo siento que el éxito me roza cuando noto que el odio del cercano –el que indaga en lo mismo que yo busco– me toma por la espalda en una fiesta, cuando asoma la envidia en unos ojos o cuando tú me amas sin detener el gesto en comprobar el triste estado de mi mundo.

Huida sin banda sonora

La ciudad me persigue. Me acechan los libreros tras de sus mostradores, las mucamas me miran desde sus ojos trágicos venidos del oriente inconcreto o del sur más extremo, los niños, asustados, detienen su embeleso en los escaparates, los bufones de cárdigan –snobísimos, como pobres poetas– dejan que sus puñales señalen en mi espalda la cruz de una estrategia, los pobres me perturban con sus miradas cómplices, los obreros desprecian mi paso con sus manos marcadas como cristos menores, la mujer con su bolsa de fruta me huye desatando sus pasos como un tranco de yegua, las fábricas detienen su nata en los desagües y con sus fumarolas indican mi presencia. No hay mar, pero sus olas dejan como cerveza mi nombre en las aceras... La ciudad no me quiere entre sus habitantes y da la voz de alarma. Cierran los hospitales sus puertas a mi herida, políticos y artistas firman un manifiesto contra mi voz y gritan y hacen muecas. Las iglesias se unen y niegan comunión al que me dé cobijo... El miedo

El hombre inestable

Aún no sé si nací, pero no he muerto, y en este margen gris en que se mece la vida, una esperanza duele y crece sin pensar en el tiempo de lo yerto. Si miro a mi pasado, es todo cierto; si en el presente vibro, ya atardece; si busco en el futuro, me parece que todo es espejismo en un desierto. Sobrado de mil nadas, vano en todo, camino por las calles como un perro sin precisar los pasos en las huellas, y en este devenir recuerdo aquellas palabras del colega Pepe Hierro: «si nada quieres ser, busca ser todo».

Un coche rozando los precipicios

Alquilar una tumba para dejar la piel cualquier día no apto para vivir. Tomar la carretera más comarcal, más dura, y beberse las curvas a tragos rápidos e intensos porque lo gris a veces pide color o simplemente porque una luz extraña se enciende y basta.

Huyendo por los tejados

Si la palabra propone y da el espacio debo hacer inventario de todos los vocablos, ordenarlos –porque el orden concreta– y planear una vía de escape con la que desnudarme sin parecer vulnerable. Luego, como en una redención, respirar el aire puro de la noche, sentir el frío en los huesos y correr por los tejados para huir del enigma. Si la palabra nombra, habrá que pronunciarla por dentro y en silencio.

Somnífero en mi copa

Hay días en que acepto todo lo que me viene. Comulgo la maldad de los affiches que abrazan los muros de las calles, hago caso al augur mientras gozo del gusto de la sangre que ha teñido sus manos, me adhiero al verdugo o a la víctima –da igual–, me muevo al justo paso que me marcan los himnos, abandero las causas que me rozan, mato o perdono la vida y si hay que suicidarse, me suicido... Todo por no pensar, todo por no detenerme a ser. Esos días soy para que nunca me recuerde nadie.

Lo azaroso de un hombre común

Mientras la vida crece en cada cosa noto el acecho de mi pensamiento. Siempre creí que sólo yo pensaba y era mi posesión el mundo entero, que todo lo sensible emanaba de mí y que el respeto a mi justa libertad era axioma y verdad incontestable. Pero ayer descubrí que hay un verbo en la roca, que el metal poetiza su brillo y lo permuta, que hay un Dios de las cosas más superior, más grande, que el dios por que me tengo. Ayer, sin causa cierta, descubrí con rubor que existe «el otro», y un terror interior me está mordiendo.

Expreso a ninguna parte

Partiré muy despacio mirando mi billete y quizás alguien suelte una lágrima, porque ya no es tiempo de pañuelos blancos. Callado, porque no sabré qué decir, tomaré mi camino sin saber si dejé felicidad, odio o tristeza. No habrá maletas ni legajos, no llevaré mi abrigo – porque no es necesario– ni volveré la vista a los andenes. Quizás, como un último guiño, tenga un recuerdo para los castaños verdecidos, para el oro otoñal que emborrachó mis ojos, para el laurel de otros y el mirto en mis manos... Y cuando el humo denso de la máquina resuma con hollín el horizonte, recordaré a mis padres, a mi esposa, a mis hijos.

Agente doble (otra historia del hombre)

(Pobre remake del poema «Historia del hombre» de Gabino-Alonso Carriedo) En el tiempo que llevo ya vivido he logrado saber que la tristeza suma cada día algún dígito, que todo lo que encierra un gozoso paréntesis tiene siempre un después hecho de acíbar; y este amargor no acaba, porque lo triste es eterno. En el tiempo que llevo ya vivido he logrado saber que la felicidad nos resta cada día algún dígito, que todo lo que es risa tiene pronto final. ¿Para qué sonreír toda la vida si el prodigioso hecho de sentirse feliz se hace costumbre?

El acoso del fumigador

¿Por qué desde allí arriba te obstinas en mis pasos? ¿Por qué te empeñas, Dios, en marcarme la huida si jamás creí en ti? ¿Por qué el superlativo rugir de tus motores sobre mi cuerpo leve? ¿No ves que así no hay forma de intentar comprenderte, de buscar un resquicio que te asome a mi fe? ¿No ves que acorralando, sojuzgando, oprimiendo... no lograrás que crea sino sólo en mi suerte o en el triste destino que me lleve hacia ti? Yo no creo que existas, pero aprietas, ¿lo sabes? ¿A qué reverenciarte, entonces, si he de luchar por mí?

Escondido en un campo de maíz

Nací para la tierra y, fuera de ese alboroto de hojas secas que crece, siempre he sabido el fin de este paréntesis. Pero no entiendo el miedo que se abraza a mis miembros, no entiendo que mi lengua no acierte a desatar la verdad que contiene, no entiendo que el valor me abandone en el preciso instante en que lo necesito. Soy un ave enredada con la salida cierta que se niega a volar porque se siente presa de una nada imposible. ¿Por qué, si la mirada llega hasta el infinito, no sé seguirla y basta?

El sueño frágil del perseguido

He visto a los verdugos acercarse como si fueran mis abuelos; con sonrisas y gestos me decían: «¡Ven, no nos temas, que somos el marfil de tu futuro!». Por un instante estuve a punto de correr hasta sus brazos... pero un brutal latido sobre mi sien alerta me despertó, y ahora corro hacia el descampado como si ese minuto que se agazapa al fondo fuera el del alarido. Siento el miedo en la lengua y sé, sin duda alguna, que sólo yo soy justo esa tabla que arde donde asirme otro día. La soledad a veces es agua en un cedazo. También temblor y sauces.

Casa de subastas

Como una página abro la vida esta mañana y soy pájaro huérfano sin jaula o rama precisa. No entiendo los grafismos que hilvanan los minutos, no entiendo el guirigay de ilustraciones; es todo tan hermético, tan críptico... Recuerdo entonces tus pupilas conteniendo la noche, el cielo suspirado, el pálpito en las yemas de mis dedos y una hondura de espejo que me es grata. No entiendo cómo el tiempo sucede y yo lo desperdicio serena, mansamente, como esos derrotados que ya son de por muerte la justa inexistencia de la nada. Quizás fuera el momento de soltar todo el lastre con su peso de máscaras y cosas, llevar a aquella casa de subastas, que tú y yo conocemos, los libros, los óleos y las cartas, y hacer un nuevo intento de vuelo sin destino a ese lugar que a veces nos regaló el abrazo. No entiendo el rompeolas que hoy es mi biblioteca, no comprendo los cuadros que envuelven mis paredes, ni ya me reconozco en los gestos nerviosos de mi caligrafía. Sobre mis manos... quizás debiera hablar s

Creciente clima de tensión

Sobre la luz que encierra el puño apretado por la rabia se desliza la revolución y a veces nace sin ser sangre encharcada porque es sangre contenida. Embrutecido por la ingenuidad me crece un hombre y me domina, mueve mis músculos, mira por mis ojos, habla por mi lengua o la silencia, arma sus absurdas barricadas y me inhibe. Asombrado por la fiera mediática me nubla la razón y toma mi criterio como suyo, y lo utiliza. Soy otro siendo yo... pero el puño apretado aún perdura y la rabia me busca. El puño late y, en el fondo, en lo más oculto de mí, aún hay un roce cierto de esperanza. Llegará el día, no lo sé, en que el vómito avise una victoria y sólo mi muerte o la tuya sean la opción. No quedarán heridos de esa guerra.

North by Northwest

Cuando el poeta sepa escoger su llanto entre todos los llantos, cuando aprenda a llorarlo como se aprende el hambre o, simplemente, como el músculo del ojo aprendió cómo armar el enfoque correcto; cuando aprenda a beberse sus lágrimas sin buscar el destello... Justo entonces, al norte del noroeste de la vida, sabrá que su palabra no sirve ni aún sirviendo.

El falso culpable

Guarda la ciudad el calor en su asfalto, pero no está desierta, porque encierra la culpa en todos los edictos. El hombre que camina, el que se mece en el aura rijosa del bullicio, el que compra limones entre los mercaderes y se resuelve en sombra de una nada imposible. Ése, el falso culpable de todas las catástrofes, el que arrastra la pena en sus zapatos y lleva por miseria una vida normal, sin estridencias. El hombre gris, el sencillamente mimético, el que no vuelve la cara si le nombras ni siquiera si le agredes. Ese falso culpable que por no ser la bala ni siquiera es cobarde. Miradlo, sólo sabe caminar sobre pasos de otros, sobre pasos sin dueño ya, huellas sólo. Ese hombre que por no ser es capaz de matar sencillamente.

Monte Rushmore

Ni siquiera el ángel cándido puede con esta sordidez que transfigura en agrios rostros el paisaje más voluptuoso, hiriéndole, hiriéndome. Huele a podridas coníferas el mundo, pero no importa, porque en la podredumbre levita la revolución del asco, el cambio total hacia un nuevo ciclo. Ahora que toda aventura es artificial, que se pueden bordar cometas en el cielo, que el suspense mejor es pura arquitectura... me asomo a mis sentidos y diviso el paisaje. Un barbero enterrando mis cabellos quizás sea el único signo de que aún queda esperanza.

Leonard o las razones del sicario

Nadie me enseñó que la ternura es algo más que una palabra, que el cariño es remanso donde dejar los huesos afilados por la ira diaria, descansando. Nunca un costado me dio su cobijo, ni tuve una casa donde me esperase una madre o un hermano. Crecí para el odio y supe bien temprano que la sonrisa sólo puede ser señuelo o triunfo, que un hombre se resume en sus muertos personales y la pólvora en mi mano es el silencio de otros. No es tan malo servir al tirano cuando se tienen cristales blindados para mirar el mundo No es tan malo, aunque sé a ciencia cierta que el cristal transparente es mirada... pero también barrera.

Obsesión

¿Acaso no es posible que te ame y que sólo te ame?, ¿que no me importe el caos por perder mis horarios?, ¿que se me olvide el norte de los hombres normales: comer, dormir, comer...? ¿Acaso no es posible el pensamiento único, la decisión de ser sólo lo que tú quieras? Quizás en cada hombre se encuentre contenida la humanidad completa, y amarte sea, entonces, perder todo el legado, vaciarse, esperarte con gozo, muerte, para que en tu desnudo se concrete esta justa obsesión.

Nada acaba

No sentir más allá del momento para que se concrete todo con la definición justa, para que el cuerpo avise de lo exactamente acabado, de lo que tiene márgenes y, por tanto, es conocimiento. Pensar sólo en que el camino no tiene veredas y termina en la casa porque en ella empezó. Admitir simplemente que hay un fin y un principio, que cada acto termina a la par que otro empieza porque no puede haber silencio en la palabra ni el embalse soporta más agua que la que ha de tensar su superficie. No arder en cada gesto es ser superviviente, pero también fracaso. La lucidez es hielo que quema y se deshace. La lucidez es muerte porque es final, ocaso. Alguna vez dije «ya basta», pero sucedió el tiempo.

Atrapado en campo abierto

Cuando todo es silencio es difícil dormir, porque en esa nada se agazapan todas las palabras y presumen el grito, y son como el acecho de la fiera, como una selva quieta esperando el suceso que perturba o serena. Cuando todo es silencio, cuando el paisaje que me cabe en los ojos se figura infinito, un mar que ahoga y crece me devora, y el miedo toma todo, lo asola, porque no hay referentes y el muro en que apoyarse simplemente no existe. Atrapado en campo abierto, con todo el horizonte vestido para mí, los caminos de huida son tantos... que no existen.

Juan Ramón habla de Unamuno con Valle

Era un tipo tan culto y educado, que era... ¿cómo decirlo?... un gilipollas.

José María Sicilia pisa una hormiga en Menorca

La estupidez de un plazo es conocer, sin más, su vencimiento. Menos mal que la vida vence sin fecha fija.

Pepe Hierro habla con Comendador mientras se fuma un Ducados

También en Nueva York se adornan los balcones con la ropa tendida, se escuchan los domingos las campanas y mean los borrachos en la calle. También en Nueva York decoran las esquinas con esquelas y lloran las viudas a sus muertos. También en Nueva York se cuece el pan reciente en las tahonas y el bar resume el tiempo de la gente También en Nueva York hay ancianos con boina y con tristeza sentados en los bancos de los parques. También en Nueva York es la vida un suspiro hasta la nada.

Carver charla con Roger Wolfe en el café Oliver

Hay que hacer los poemas más infames, los peores, los que nos den vergüenza hasta el sonrojo. Poemas tan iguales al tiempo en que vivimos, que no parezcan más que poemas mal hechos.

E. C. Barlow...

E. C. BARLOW DISERTA VARIAS HORAS SOBRE EL VERSO 59 DEL CANTO V DE LA DIVINA COMEDIA De qué sirve el reloj si en el brazo del hombre ya no hay pulso.

HHerman Melville avista desde su mesa una ballena blanca

Resopla al oeste y va cargada de toda mi miseria. Echad una chalupa con todos los aperos en este mar de dudas, que allí está mi destino; y no esperéis por mí, que ya no vuelvo. Pip, cuida bien mis campos de amapolas.

Heathcliff no se venga de Edgar Linton

Ahora, todo tú a mi merced, no me frena la idea de darte el golpe; tan sólo la pereza de levantar mi mano.

Mercurio pasa revisión a sus alas talares

Cuando alcanzo una gran altitud y hay turbulencias, entro urgente en barrena incontrolable. Vengo a ver si el seguro también cubre el mal vuelo de los dioses.

Rabindranath Tagore defiende la individualidad en Bolpur

Un hombre es unidad incuestionable; un poeta también. Dos hombres son dos ríos diferentes; dos poetas también. Tres, cuatro, cinco hombres coinciden como mucho en casi nada; tres poetas también, cuatro poetas también, cinco poetas también. Cien hombres se masacran por envidia; diez poetas también. Mil hombres pueden ya crear un sátrapa que ordene su miseria en apartados; y sólo una veintena de poetas son capaces del mismo sacrilegio. Un hombre sin escrúpulos sumado a diezmil hombres puede hacer todo el daño imaginado; un crítico, un crítico de mierda, os juro que también.

Travelling

Todos los hombres soy yo y de ello me valgo. Suenan a árbol caído las palabras que escribo, a simple eco,... pero el travelling sigue mostrando el recorrido de muchos pensamientos que no alcanzaron nunca el valor de ser versos.. Una imagen cualquiera sigue siendo mejor que mil palabras. Retomo la mirada y aparco la grafía por un tiempo.

Se lo dijo Luis Cernuda a Martínez Nadal

Mi madre me tomó de la mano y, con un gesto serio, me llevó a la terraza de la casa: “Mira Luis - dijo ella-, ¿ves el geranio aquel que está marchito?,... Pues es igual que tú.” ¿No es triste gracia?

Ptolomeo mira con orgullo su astrolabio

Medir lo mensurable y utilizar el cálculo para todos los usos de los hombres; armar las estrategias con justa exactitud, conociendo el error de la clepsidra y otorgando al suceso la correción precisa y necesaria; no despreciar jamás el valor residual ni el punto que de caos tiene cualquier proyecto... me ha llevado a buscar la sola confianza en estos artilugios que concretan mis manos con el único fin de sentir la razón de las dudas serenas que me abrasan. El paso de la inercia vital al acto volitivo reside en el valor de la medida. Medid el infinito y habréis la perfección en vuestras manos.

José Rodao escribe un artículo para El Adelanto

No es la forma de ser del gobernante la que marca el gobierno de los súbditos. Manda siempre el valido desde la oscura esquina de un despacho. No es el dinero el mal, que son los hombres. No es nunca la miseria fruto de una gestión mal dirigida. Son los pobres, quizás, los que estén empeñados en ser pobres. No es el dolor lo más insoportable. El que duele está vivo. No es Dios el que pone presión en nuestro paso. Es, sin lugar a dudas, el ruín sacerdocio de los que desde un púlpito le nombran. No es esto, en fin, ningún descubrimiento para ustedes.

A. F. Ozanam fundando la Sociedad de San Vicente Paul

La masa miserable demanda el donativo, el sobrante misérrimo de las mejores casas y el mendrugo de pan que es sólo de los perros. Nuestra libertad está en la fe y en darle a la caridad el valor de moneda y no el de agravio, en darle el eterno valor del gesto y no el del remordimiento por las faltas. Dios es omnipotente y pesa nuestros actos con justicia, los valora en su exacta medida y nos pone la prueba de los pobres. Cada acto generoso nos hace más del Cielo prometido, cada pobre asilado nos acerca al Señor, con cada donativo -aunque sea pequeñonos merecemos más el Paraíso. Hagámosle más dulce su condena a los pobres y seguro, pues mi fe me lo dicta, será la vida eterna nuestra gracia. Si no es por caridad, lo haremos, aunque sea, por el puro egoísmo de un Cielo dominado por los nuestros. La duda es el peor castigo que padecen agnósticos y ateos. Dios existe y está de nuestra parte, lo asevero, lo juro, lo prometo.

Nietzsche conduce una ambulancia en la guerra francoprusiana

El fin igualitario del sujeto demócrata es todo un retroceso para que el reto humano se ensalce en la utopía. El hombre aristocrático se merece el servicio del iletrado esclavo que no acierta a alcanzar el don de lo sensible ni el alma de las cosas. Para que el arte exista debe haber una clase que lo aprecie y millones de necios que lo rían en su mema ignorancia y en su mísera vida de parias sin futuro y sin pasado. Que esperen los heridos mientras le hacemos vela a este capitán muerto que llevamos. Que ese dolor ajeno y tan distante no nos prive del lujo de unas nobles exequias. Que dejen de quejarse los heridos, ordenad que no griten. El capitán ha muerto. Guardemos un minuto de silencio.

Augusto Nelatón atiende a Garibaldi en Aspromonte

Que mis ágiles manos te adecenten la herida no significa, amigo Garibaldi, que haga mía tu causa ni que busque ese puesto destacado que me ofrecen tus ojos, inyectados ahora del dolor que te causa la pasión por la idea que defiendes. Yo me limito siempre a cumplir mi trabajo, y eres sólo uno más de mis enfermos. Me consta que el dolor es el mismo en el justo y el tirano, que en la muerte no sirven las ideas, que el valor es un gesto en esta duda eterna de los que decidimos -como somos tú y yoel destino de otros. No me importa tu sed de libertad, pues yo tengo saciada ya la mía. Descansa unas semanas y vuelve a tus guerrillas, que necesito heridos para avanzar más pasos en mi ciencia.

Quiroga en el pronunciamiento de La Bisbal

No morir sin honor, no morir sin bandera ensangrentada, no morir sin saber por qué se lucha, no morir sin haber puesto tu acento en las tribunas, no morir sin que te echen en falta las masas insurrectas y los tuyos, no morir sin haber odiado antes a cualquier enemigo en el camino, no morir con el miedo en los calzones, no morir en la cama, no morir en los brazos de tu amada, no morir en invierno ni en verano -no convienen los extremos a los muertos-, no morir, desde luego, en primavera; no morir en otoño -que es tiempo de miradas y paisaje-, no morir sin haber hecho lo justo y necesario, no morir en pecado, no morir sin haber pecado mucho, no morir con dinero -es poco práctico-... No morir, simplemente, como mueren los muertos.

Kafka se mira en una pizarra

Veo sólo mi sombra sobre el negro; y esa es mi realidad, no la pérfida duda del espejo.

Walter Benjamin interrumpe su vida en Port-Bou

Aquí, tras la derrota, ya sé qué es el futuro; ya tengo la certeza de la monotonía y el cambio me preocupa, pues sé su inexorable devaneo y el fin que me promete. No quiero cambios ya, yo no los quiero; debo permanecer en esta isla o interrumpir el tiempo de un zarpazo. Me gusta detener lo que poseo... quizás por eso, amigos, detengo aquí mi paso... Sin más, pero sin menos.

Céline se cansa y dice un taco

Es cansado escribir para los tontos, para los ciegos, para la triste masa pustulada de su sosa costumbre, para las putas caras, para los generales que diseñan batallas desde sus escritorios, para las sonrosadas matronas de los parques, para los jovenzuelos que ahogan sus minutos en esa marcha pop/fin de semana, para los catedráticos de mierda, para los desposados con rijosas mujeres de nalgas bien lavadas,... Y es que, coño, antes de usar la pluma hay que gastar las balas.

Rafael Alberti deja su futuro en manos de los necios

Vivir más de la cuenta aparta fama y arrima caracoles pegajosos por pillar la derrama del oro que se suma y que se mama ante dos versos míos. Perdidas mi salud y mi mirada, Nick Carter sigue sin entender nada.

Esenin y Maiakovski diseñan su suicidio

La fiera color malva nos vigila distante desde esas sucias caras de pobres proletarios. ¿Qué derecho nos da ser la revolución en verso escrito? ¿Qué muerte merecemos por el engaño al ciego que no ve y que no piensa? ¿El nudo en la garganta o la pistola? ¿La palabra medida o la simple soflama? ¿Acaso no es suicidio este exceso de revolución no contenido? Bebamos, Maiakovski, bebamos hasta el alba.

L. A,

LUIS ALBERTO DE CUENCA HACE UN COMENTARIO A MESANZA SOBRE UNA BECARIA EN LA BIBLIOTECA NACIONAL A Luis Alberto y a Julio con cariño Estudiaba latín hacía años. Era una especialista consumada. Traducía a Catulo sin mayores problemas... y felaba de lujo en lengua muerta.

Salustio se recrea en la descripción de un conjurado

Le gustaba beber de pie en los bares. No llevaba muy bien su paraplejia.

Marcial hace un elogio de José Luis García Martín

Mandaba como un sátrapa en la casa, y no era fácil, pues hacía diez años que era el único ser que la habitaba.

Tibulo escribe una elegía en tercera persona

Hijo de hombre de mundo se mata en accidente con moto potentísima. El padre aún no ha llorado. Se encuentra de viaje.

Ovidio busca el sueño y le puede la vigilia

Noches para beber, para hacer el amor en una cama. Noches para leer a Buck y a Carver. Noches para escribir versos malísimos. Noches para pensar en mis miserias, en las vuestras. Noches para llorar de desencanto. Noches para morir tan sólo un poco. Noches para mirarme el sexo lacio, inútil para el gozo de la carne. Noches para morirme un poco más despacio que los muertos.

Catulo habla a los jóvenes poetas

No hartarse de leer nunca, jamás, tampoco. No imitar con descaro la poesía de otros. No escribir lo que piensas que otros quieren que escribas. No dejarles tus versos a poetas amigos mientras estén inéditos. No criticar a críticos que puedan serte útiles. No poner nunca pegas a poemas nefastos de los poetas popes. No presentarse a premios de quinientos talegos para abajo. No presentarse a premios de quinientos talegos para arriba. No presentarse a premios. No ser, en modo alguno, de tradiciones necias que le pongan un marco a tu poesía. No escribir en los bares. No escribir nunca a máquina. No escribir. No beber bourbon malo ni ginebra sin marca conocida. No serle fiel a nada, ni a ti mismo. No escribir con catarro ni con esa resaca de los lunes. No hacer uso ridículo de recursos lingüísticos pedantes. No hacer poesía angélica pensando que el lector es gilipollas. No tomarse las cosas tan en serio que parezca que va la vida en ello. No ser un petulante ni un estúpido. No comer con las

Propercio no da crédito a sus ojos

!Coño, Cintia¡, ¿tú aquí?.... Te hacía muerta.

Tito Lucrecio Caro se suicida sonriendo

Qué fracaso vivir habiendo amado tanto los vestidos de gasa de las vírgenes y no su contenido. He de morir ahora y me crece la duda... Ni en lo definitivo soy preciso: no sé si la cicuta o un baño con las venas desbocadas, no sé si darle al mar la suerte de mi cuerpo o hacer un vuelo último desde el acantilado... ...Moriré sonriendo en todo caso. ...Me perderé en el sueño y reiré con la Parca; que antes que Miguel d’Ors lo dijo el Marca: “mañana se retira Butragueño”. La vida es una flecha hacia la nada.

Nevio bebe mientras las musas agonizan

Me llevo lo que he sido mientras que pude serlo. Ya no sirve el dinero ni el poder que esgrimistéis para callar mi boca. Yo dije lo que quise cuando me dio la gana a pesar de la cárcel que oyó crujir mi vientre y mi espalda rendida. Hoy me llevo las musas al Averno; discutiré con ellas cómo habré de joderos en la muerte. Aprovechad los días que os restan, disfrutad de mujeres y de efebos, bebed, disputad con los dados vuestra suerte. Yo, cínicos Metelos, os prometo una Europa peor que Sarajevo.

Tucídides descansa tras hablar cuatro horas sobre el Peloponeso

Si cuento las batallas por victorias, si hago héroe al soldado más necio que abandonó su arado por las armas para perder su vida o, quién sabe, un brazo o ambas piernas; si dejo en el olvido a generales a príncipes y a reyes, si hablo de la ración que ha comido hoy la tropa, si me olvido el botín y cuento la miseria de los muertos de hambre que aúllan como lobos en su carga suicida contra el vil enemigo, Si hablo del prostíbulo en que se ha convertido esto que llaman Patria... ¿Pasaré yo a la historia?

Hiponacte de Éfeso en el destierro

Me duele la riqueza que he perdido y el sentimiento injusto de una seguridad que creí eterna. Mi tierra se ha esfumado detrás del mar vacío que me lleva buscándome un naufragio menor que el que ahora peno. Pero morir me apartaría la venganza que mis labios ansían, y su gozo. He perdido la tierra, he perdido mi cohorte de serviles esclavos y sólo ya el recuerdo se hace dolor y rabia... Buscaré en la palabra el veneno preciso para morir matando... ... aunque sea de risa.

Argüelles, El Armilla, le cuadra un toro a Frascuelo

Maestro, la trampa está en la boca; calle usted y no escuche las voces del gentío, fíe sólo el capote al ritmo que le den sus sensaciones, sea tan sólo usted el que valore el precio de su arrojo y el temor que contienen sus rodillas; cuando tenga seguro que el único enemigo que le acecha es usted mismo, sabrá que tiene el triunfo entre sus manos. Todo suyo, Maestro. ...Y mucha suerte.

Apotegma

El pozo de la angustia no pierde sus reservas ni en verano. Don José Bergamín no vive de estar muerto.

Baco ebrio

No se sabe si aquella tarde muerta el grupo de turistas españoles en visita a Florencia entró por Miguel Ángel al museo o por el aire fresco que sus enormes salas prometían. No importan sus razones. El caso es que salieron -pasadas cuatro horasentonando canciones de borrachos, meando en las esquinas, provocando a los tristes florentinos que volvían del trabajo hacia sus casas... Y Seleme, aturdida, enfadada, cerraba de un portazo el edificio del Museo degli Uffizi. Las voces de los ebrios españoles aún resuenan, después de cuatro meses, en las barras gastadas de los peores bares florentinos. Baco está encadenado a un castigo de mármol; y Miguel Ángel, todo Renacimiento, es sólo otro cadáver que sumar a la lista de los muertos. El tarot ha dictado su sentencia, la Sibila no duerme y yo me estoy durmiendo.

Píndaro se niega en los espejos

No los perros vagando por las calles. No ese sol ambulante en los geranios. No la fe, no la muerte, no el sabor a vainilla de una boca alquilada, no el verso meditado esperando a la gloria del poeta, no la razón, no la fe, no la muerte, no la lógica fría y sistemática, no el dolor, no tus ojos teñidos de costumbre, no los míos, no el calor de ese cuerpo indiferente que pestañea desidia, no ese Dios que te nubla, no ese Dios, no ese dios... No la estúpida pose de estos versos hechos para el destierro y la agonía. Ya no liban mi boca las abejas. ¿Acaso ya estoy muerto?

Íbico resucita y tiene miedo

Me asusta el mar, la brisa de sus costas, el resto de un naufragio que me espera escondido tras un hombre Burberry’s que aguarda a que la parca le ponga un epitafio y una fecha de cierre; me asusta que la gente sonría sus cervezas y se embriage de risas que yo nunca he tenido; me asusta la tenaza que los castaños indios conforman en el parque que paseo a diario; me asustan las palabras que digo y que no pienso... Me asusta no asustarme de lo que nunca he visto.

Un muerto

Un muerto sobre una sábana, con el gesto tranquilo, herido de un palor eterno, mira fijamente al techo y su fijeza en la mirada me obliga a llevar la vista a su punto de fuga. Un desconchón de humedad nos une al fin. Yo mirando y el cadáver viendo.

Como la mujer de Lot

Bajo la sombra de los membrillos, una mujer blanquísima sueña con un jardín de piedra donde las flores son geodas abiertas como sexos. Pasea desnuda por aquella naturaleza lítica y un aire tanático se le posa en la nuca. Cuando quiere despertar, el sueño le asesta tres puñaladas en el vientre. No sangra, pero muere como la mujer de Lot. Ahora es el arbusto más bello del jardín de piedra, un arbusto de sal gema que se irisa con la luz robada de una luna llena.

Una mujer triste

La tristeza era dueña de unos ojos azules., pero no eran los míos. Destilaban un deseo azul, un deseo incomprendido por todo mortal, y llovían hombres desde las negras nubes, hombres con chaquetas blazier de botones dorados, con pantalones de color gris marengo y vuelta en los bajos, hombres con corbatas que volaban hacia arriba dándoles cierto porte de ahorcados. Sus camisas eran blancas, blanquísimas, y sus cabellos lucían bien peinados. Todos los hombres que llovían eran iguales, uno exacto a otro, y caían igual, con las rodillas semiflexionadas, con los brazos extendidos; y aquellos ojos tristemente azules miraban cómo los hombres caían siempre en la misma posición, apoyando sus zapatos negros limpísimos sobre el suelo mojado de hombres. Jamás llovieron tantos hombres ante los ojos azules de una mujer triste.

Un objeto bello

Le gustaban los objetos de arte y no perdía ninguna oportunidad de asistir a todo tipo de exposiciones. Una mañana amaneció convertido en un libro antiguo con tejuelos en el lomo y la cubierta forrada en piel bobina teñida de un color granate oscuro. Como no tenía familia cercana, permaneció durante algunos años entre las sábanas de su cama. Cuando lo descubrieron, sus páginas estaban absolutamente en blanco. Sólo unos cerquitos trabajados por los hongos daban contenido a aquella obra que era él. Tampoco tenía un título que nombrase la cubierta. Era un objeto bello, pero vacío.

Entrar en los ojos de una mujer dormida

Pude entrar en los ojos de una mujer dormida, lo hice justo antes de que cerrase sus párpados. Creí que de esa forma podría penetrar en sus sueños, pero no consideré que la mirada no estaba y que una mujer dormida es como una mujer muerta. Ya dentro, sin sueños que robar, decidí violentar su cuerpo bajo la piel, y supe que sin voluntad ajena el placer no existe, sólo existe la deriva de la fisiología. Cuando despertó, yo enredaba bajo los nudillos de sus dedos.

Los números

El uno es una cruz violada. El dos es un garfio fascista. El tres son las esposas del violador. El cuatro es la silla eléctrica. El cinco es la silla del parapléjico. El seis es la horca. El siete es el cuchillo clavado en el corazón. El ocho son los intestinos de la víctima. El nueve es el ahorcado. El cero es la muerte misma. Las letras son otra cosa distinta, menos cerradas de significación que los números, son signos arropados de indicio, signos abiertos que ponen una simbología incierta a la imaginación, y pueden ser mediocres si el hombre es mediocre, pobres si el hombre es pobre, lúcidas si el hombre es lúcido, tristes si el hombre está triste... responden al ser mismo y al estado pasajero, laten al mismo son que el corazón del hombre, pueden emanar de las vísceras o del alma misma, definen o confunden, arman o destruyen, arrebatan o deprimen... Las letras, para su mal, también nombran a los números.

Un frutero con naranjas

Aquella mujer terminó convirtiéndose en un mueble, exactamente en una mesa de cocina bastante rústica. Su madera era de haya y en las patas tenía unos torneados un tanto burdos. Sufría si se cortaba cecina sobre ella o si se derramaba algún vaso de vino o agua. No soportaba los manteles de cuadros rojos y blancos, pues la estética italiana le producía un raro prurito y, además, esos colores le sentaban mal a la cara. Lo que más le gustaba era lucir un frutero con naranjas.

El ahorcado

Un ahorcado de un techo que no existe, desnudo, con su sexo erecto, orina una lámpara que da luz a una mujer que crece en una maceta por sus cabellos. La mujer tiene las piernas abiertas, el sexo abierto. Del sexo de la mujer crecen hacia la luz plantas de tallos largísimos que se rematan en flores de cinco pétalos. De los tallos salen una suerte de espirales que prometen otras floraciones. La mujer sonríe. Sus ojos son como peces esbozados. La luz lo ocupa todo. Tampoco la maceta se apoya en suelo alguno.

Rafael Pérez Estrada

La cara de la mujer que se asomaba a la carta era de auténtico vértigo, estaba colgada del margen superior y no podía apartar su mirada de un paréntesis que decía: «(la amante de la O)». No tenía más apoyo que el borde de corte superior del papel, y hacía equilibrio sobre su vientre que, a causa de su peso y por efecto de su movimiento, le producía una incisión limpia y finísima que dejaba correr un hilillo de sangre que se deslizaba sobre el texto. Asomarse a una carta puede traer graves consecuencias, pero una mujer en tales circunstancias es profundamente bella. Sus piernas colgaban por el envés y los zapatos estaban fuera de los talones -eran de color corinto-. Sus medias rosadas presentaban una hermosa carrera que partía del entremuslo izquierdo y se remansaba en las corvas de las rodillas. No sé bien si definirla como «una mujer que se asomaba a una carta» o «una mujer con una carrera en la media»; en todo caso, da igual, absolutamente igual. En uno de sus equilibrios, notó cómo

Joan Brosa y Antonio Gómez

Me gusta la magia de la baraja española, su vocación truculenta y el dulce fulgor decadente de sus figuras. Se me vienen ahora a la memoria algunas genialidades de Joan Brosa o de su discípulo Antonio Gómez, un as de copas eclipsando sin vergüenza a un as de oros, un as de copas hirviendo de sangre caliente recién robada del cuello de una corza y obliterando el brillo de un oro sin fulgor, de un oro de papel como el oro mismo. La metáfora visual es absolutamente perfecta. Esta simbología sin creyentes, este lúdico desbaratar la tensión de los naipes, tiene un extraordinario contenido a la hora de explicar el acto creativo: la belleza de la inutilidad. No es creador el que persigue la originalidad como camino único. El verdadero creador es el que sabe modificar la realidad de lo anecdótico creando símbolos universales.

Un paquete de Chester

Un libro que sea a la vez un paquete de tabaco, exactamente un paquete de Chester, y que cada página sólo contenga cigarrillos, cigarrillos en posiciones diversas. Un libro del mismo tamaño que el paquete de Chester. Sólo sumarle mi nombre. Es la mejor autobiografía que puedo hacerme, la más completa, la más digna. Y es que un hombre debe tener biografía como clave genética distintiva... Pero yo soy gris, y la biografía de un hombre gris debe ser monótona, como una atmósfera asfixiante o el simple aire que nos regala la vida. Mi biografía está hecha de humo, del humo de miles de cigarrillos Chester, un humo gelificado en mis pulmones paralizando el suave movimiento de las células que oxigenan la sangre, consumando un suicidio largo y tranquilo. Quiero a mi cuerpo, pero noto cómo se me va de las manos, cómo envejece, cómo se arruga ante mis ojos. A veces no me reconozco en los espejos ni en los escaparates. El tipo que se enfrenta a mí no soy yo; después de mirar un rato, sólo encuentro

La soledad y la razón

La soledad es el mejor acento para la razón. Cuando se está absolutamente solo, cuando incluso los lazos más íntimos con los demás se olvidan, la razón funciona en su máxima pureza; pero es una razón individual que se modela con parámetros absolutamente únicos. No importa el otro, no existe la barrera de la conciencia ni la del ridículo. Desde esa razón pura se pueden arbitrar todos los movimientos, se pueden abarcar todos los indicios y darles la forma apetecida. Quizás en este justo punto la razón haga una bella intersección con la libertad. De tal experiencia interior nace el acto creativo, que no tiene por qué tener una respuesta física... la creación para el deleite único del creador, la razón como experiencia interior inigualable, la libertad como patrimonio individual irrenunciable.

Esa Grecia de carne hecha

Presume de esa Grecia que eres, incluso ponte insoportable y haz pedazos mis plumas... satúrame en el pulso y organízame el próximo desastre entre tus glúteos sin molde posible, desacralízate buscando que te odie o que abra otro camino a borbotones, ponme horarios de cripta o asfíxiame encerrado en la limpia vitrina del salón –donde lucen los mejores anillos junto a esa kasbah tuya de objetos inservibles–… dame muerte en la red de seda o tiéndeme dormido junto al áspid… pero nunca me des indiferencia… Te bastas en el crótalo para dejarme ileso, me amarras en conjuros y noto en mi interior la edad del árbol y el tiempo del quelonio. No te aseguro nada… pero repito tu dibujo y nunca hay horizonte. Hoy ya calló la niebla.

Cuando canta la chicharra

Porque te asusta la vida pero la muerte no, tocas el filo, lo recorres con ímpetu, te aprietas sobre él y nunca cedes sino ante la caída brutal de todas tus constantes vitales o porque simplemente ya no das más de sí, pero no importa. Cuando todo se resume en sudor, huelgan las lágrimas.

Fuga en el llano

Hay días en los que parece que Dios existe, pero es un espejismo que te roba un esfuerzo vital a veces, siempre necesario.

Sala de masaje

Relajado el gesto llega el dolor. La calma siempre pone precio y unas manos ajenas sublimadas de una suerte de sexo impersonal deshacen las agujas que te prenden los músculos. Es la hora de medir el antes y el después. No esperes el afecto si no cumples con creces todos los objetivos que te marcan las fieras. Descansar es a veces el final o lo es siempre.

Descenso a tumba abierta

Dejarse caer contra el viento o las curvas sin saber cómo arde el paisaje o se acuesta la sombra, sin detener la vista en el peralte de una loma o en el abismo hermoso donde ruedan dos cuerpos. A veces el camino contiene la medida. No olvides que al final te espera un muerto.

El maillot blanco

La juventud deshereda o empuja porque no se contiene. La serpiente deglute sus huevos, a sus crías, y no siente jamás el asco o el terror, sólo busca alimento para pasar el frío de la noche o para ser un día más parte de la mañana, de la tarde, del ocaso. El mundo es para aquellos que pisan sin dobleces a los otros.

El primero en Alpe d'Huez

Nieva en Alpe d’Huez esta mañana, pero no es importante. La gloria no reside en la geografía ni en el absurdo azar meteorológico. La gloria está en las piernas, en el umbral del sufrimiento, en las ganas... y también en la justa cadencia de tus respiraciones. La sangre pide oxígeno que soporte el análisis de los depredadores. A veces la gloria es simplemente un número añadido a tu sangre, una suma indecente de hematíes y glóbulos. Nieva en Alpe d’Huez y he dicho que no importa.

El gregario

Da igual tirar a fondo cuando la carretera pica hacia lo alto que dejarse caer hasta los coches para cargar bidones. Tu contrato es preclaro: Si el líder dice «ven» debes dejarlo todo. Al fin y al cabo el mundo se mueve por pulsiones que a ti no te interesan, A fin de mes la nómina pone laurel, mordaza. Ahorra para comprarte un maillot amarillo de marca en las rebajas.

La pájara

Hidratarse con tiempo, comer en los descensos y mandar a tu equipo que tire a vida o muerte a veces no es bastante. Pisar tu trampa y ser a la vez el verdugo y la víctima. Un dolor contenido, la mirada se nubla, el gesto anuncia crisis. Llueve. Ser y estar no es posible. Alguien te empuja. ¡Gracias!

Oportuna escapada

Sólo en mis calapiés se desnudan las ganas. Triunfar a veces tiene poco sentido práctico, pues igual que se gana puede perderse todo... Es mejor sprintar cuando el grupo descansa o escaparse unos metros en el momento exacto del avituallamiento. Lo que a mí me conviene no interesa. Me escapo.

Zona VIP

El mito nace y crece según convenga o no al pujante mercado de la telefonía. La parte del león requiere disciplina y una previsión neta de avatares diversos: La escapada ha de hacerse estadísticamente ajustada al horario de la mayor audiencia. Una caída, incluso, puede subir las ventas de nuestra nueva línea de contratos duales. No importa el corredor si funciona el impacto sobre el público ávido. Todo por el cliente, hasta la muerte misma del mito en algún cruce.

Sprint

No todo esfuerzo sirve, pero a pesar de ello empuja a la victoria final, a ese abrirse hacia el viento marcando el tiempo inútil de quien sigue tu rueda. Un tubular, entonces, es laurel o fracaso. Ser o no ser depende de un golpe de riñones.

El abanico

A veces los mejores se prestan al azar de una ráfaga de viento clandestina. La recta, entonces, es la peor forma de llegar a destino. Una arboleda al margen que arrope o unas curvas son descanso o tragedia, según cuadre. El grupo de cabeza lo forman alimañas, bandidos, vencedores.

Etapa prólogo

La chica de la rampa, la que sujeta el sillín como una cesta de la compra o un sexo ajeno, ayer desayunó leche desnatada con Kellogg´s All-Bran Flakes, pero aún sigue sin poder relajar el gesto –que ahora es sonrisa y también mueca–, siente rubor cuando sus dedos rozan la carne de culotte y empuja levemente... Un viento de pedales le levanta la falda de pin-up by Ralf Lauren y advierte con rubor que sus bragas de blonda serán primera plana en el diario L’Equipe junto a un belga sonriente con maillot amarillo de Crédit Lyonnais. Quizás un Gatorade con foie en la zona vip consiga que la etapa termine sin más doping en algún sanitario de la sala de prensa. Luego un agua Perrier en el hotel y acaso reír junto a las motos Honda de TV-5 los chistes de un mecánico francés del Fassa Bortolo.

El árbol partido por un rayo

Como aquellas tormentas que alentaban un viento de septiembres y en rayos eran nada al rato, como viejas postales que guardar, pero nos sujetaban a un olor de manzanas y a una promesa cierta de castañas y nueces, de ropa que ponerse otra vez. Como aquellas tormentas que acabaron diez veces con el roble más sólido por más que se empeñase en brotes verdecidos y ramas tímidas. Sobreponerse, a veces, no sirve para nada, pero ayuda en el juego de ser y deshacerse, como aquellas tormentas, como el roble ya seco que se empeña en ser tumba a la vez que epitafio.

Toca Nino Rotta

Como no sé partir he de prepararlo todo para aguantar el tiempo que me queda: El geranio agotado en su argolla asomándose al mundo desde el balcón de casa soñando ser parterre. La postal de Coímbra remozando la sala. El valor en la percha del armario empotrado con su funda de plástico. La pluma Parker seca sin tinta ni palabras. Los hijos a su suerte. La decepción doblada sobre el galán de noche por si me hiciera falta. La noche y sus traiciones pintada de farolas para que haya penumbra. El sexo en una mano tatuando lo que reste. Como no sé partir aprenderé a esperar dando siempre la espalda.

La monja enana

En descarga de ese Dios que no existe, debo decir que a veces siento que la tormenta lanza rayos a otros y yo me noto como tocado por un ángel, protegido hasta el punto de saber con certeza que ese ser impensable e inmenso a veces da pañuelos a los que se resfrían. La monja sube al árbol y se le ven las medias marrones de franela.

Las generosas proporciones de la estanquera

Era lo que se dice de carnes generosas, un algo a contratiempo en aquella escasez que no rozó al deseo. Soñé con ella tanto, que se me adelgazaron las muñecas y el músculo se me hizo adolescente. Hoy me río de lo que entonces se quedó en las ganas. Quizás fuera que el hambre me confundió el ardor con un deseo caníbal.

La Trinidad era eso

Era el hambre, pero no lo sabíamos; y en la ignorancia aquella jugamos a ser tres en la ración de uno. En el amor también nos sucedió lo mismo. Y en la vida.

El circo de pulgas

Acaso cuando encuentres lo que estabas buscando percibas la mirada cenital que sonríe y se asombra. Dios será entonces quien gastó sus monedas para ver tu espectáculo, un ser sobre el que huir de ese otro dios traidor que te entrenó en la suerte de vivir repitiendo los mismos movimientos cada veinte minutos. Si saltas al vacío quizás no sea la muerte quien te lleve a otra parte. Quizás no sea la muerte.

El acordeonista ciego

En la esquina de siempre, donde la calma suena, quiero sentarme a oír cómo mira la gente. Si notases que el frío me atesora en la sombra, no me arrojes monedas porque serán de lástima. Ríe entonces y sentiré el calor que precise mi cuerpo. Mi música es tu tristeza. Corrígeme si al caminar tomo la dirección de casa, que allí no está el final.

Autoindulgencia

Sopesado todo el amor, masticadas mil veces las palabras, resuelta la resta y guardadas todas las miradas en los párpados, tan sólo queda armar una estrategia sólida con la que ser sin más todo lo que se ha sido. Todo. Lo que se ha sido.

La inocencia perdida

Fue subir a la higuera y sentir cómo ardía la piel mientras brotaba roja una alergia sin freno. De la miel de sus frutos quedó un sabor exacto para doblar el tiempo. De su sombra, el escozor la pregunta el simple gesto.

La Volpina

La loca aún permanece hablando por las calles con los coches a solas Orina si le apremia o nos hace una foto desde su falda antigua el tiempo para ella no es esférico o plano ni hasta meterológico La loca siempre estuvo y estará por los siglos Ésa es su calidad Nuestro norte es su espejo.

La Grandisca

La veo algunas tardes con su abrigo cheviot pasear por las terrazas de los cafés del centro soltera como entonces su cuello entre los zorros no es ya deseo es muerte.

Todos fuimos secundarios

Sin ti o sin mí ¿qué importa? si el nosotros navega.

La misma nieve, el mismo mar

A pesar del camino de los nudos y restas del no y de las sonrisas siempre la misma nieve el mismo mar el mismo decorado donde ser o dejarse donde vivir o a tientas buscar causa o reposo abismo balsa o trono libertad pan cadenas.

Un año no es mucho en la vida

Un amor que guardar junto a las sábanas Dos heridas abiertas Tres hijos para el frío candente o la mirada Cuatro esquinas donde arder o apagarse Cinco santos suicidas en los ojos Seis trenes esperados que no llegan Siete días infinitos para nadar las horas Ocho muertos por segundo Nueve flores de plástico sobre una mesa o una tumba Diez naufragios sin nada a qué agarrase Once sílabas de frío y bálsamo Doce clavos de piel sobre las noches Trece fracasos, trece.

El recuerdo inventado

Como silbar. Lo que el cedazo no quiere y la cabeza busca o el cuerpo deseó se amortaja de ternura o de risa. Aquella edad del hielo al peso se hace verdad y puente. Como silbar.

Memoria de la derrota

Serviles incluso en el abismo rojo y negro fundidos desleídos quizás cómodos de abrasar y de abrasarse Vestida por los pies como los hombres la memoria camina como una intensa luz que no se ve.

La persecución de Aurelio

Las huelgas del textil eran nombres con domicilio y una cruz en el margen. Yo no supe jamás por qué me ardía la pasión cada vez que la radio daba nota encontrada de aquellas voces quietas, calladas por el régimen con sus hordas de grises inflamados de Patria. Las huelgas del textil eran mis vacaciones, las mejores películas de Maciste o Fantomas no me encendían tanto como aquellas batallas perdidas de antemano que libraban obreros sin nombre ni esperanza. Quizás un homenaje perfecto a aquella gente sea recordar ahora las huelgas del textil como bandera o nada.

Yo quiero una mujer

Como tengo manos quiero que sepan la curva y el volumen el pudor y la herida ¿No ves que un hombre solo es deseo y humores? Bajo las medias arde una carne que busca escondiendo Una carne que ardió mientras se contenía.

Un trasatlántico en la noche

La llave que cierra el secreto desnuda la memoria es un hijo dibujando una casa el humo que no es rastro se sonroja en lo ardido que ha de llegar y suena un motor unos plásticos un aroma a comida de antes Penetrar los portales hender la sombra añeja hurgar en los cajones sin ver y verse atado temblar por lo que fue como una mano respirar hondo fuerte como un final sin vuelta Mira los camarotes y deja que el asombro persiga a las bañistas.

El bañista gordo

A veces encuentro a ese bañista gordo en los armarios como una soledad o una frontera como un advervio quieto esperando el idioma donde ser y lavarse Está bajo la ropa amontonada junto a la naftalina con su caja de cobre entre las manos atesorando el tiempo de un rostro colectivo que reclama palabras aunque perdió el color no ha aprendido a dormir porque es sueño la muerte pero sabe esperar a la próxima ola con la mirada plácida de quien se ahogó hace tiempo Él llegó Yo regreso al legajo del cuerpo para indagar sus signos.

El pavo real cortejaba a la nieve

El calor concentrado bajo aquellas faldillas que eran telón de piernas voluptuosas tardes con café y unas porras mientras el tendedero exponía el fragor de lo blanco al oreo de todas las miradas clandestinas entonces y el rumiar de la radio una radio de toros de partes a las tres de partes de una guerra acabada y por empezar No fui pero ya era rama de un horizonte que mide la distancia desde allí exactamente ni un ápice de más pero ¡tanto de menos! Bajar al caño con el cubo de zinc subir a la tahona a por el pan reciente y de paso el carbón que avivaba el brasero agua pan cisco unas porras café Se cayeron las comas los puntos las diéresis herían en los ojos dando voz y contraste a la nieve que hervía.

Amanece en Rimini

De las uñas mordidas o de lo que amé cuando los días no sabían acabar porque eran luz y ocaso y a la inversa me quedó como un batir de párpados un pestañeo sepia o blanco y negro que me hace y deshace que me rima hacia adentro en justa consonante El mar que no vi entonces era una piel ajena llamando a lo interior como una química ahora paz antes guerras mínimas tan grandes tan sin derrota tan despiadadamente dulces Yo y vosotros no fuimos apenas somos todo y nada Sábanas blancas frías para un calor común tan compartido como el pan o los golpes como el pan o los golpes.

Buenas noches, Orson

Todo da igual y aún así me arrepiento de no haber sido el no, la candela que arde a pesar de la lluvia, el que dicta la música, el árbol que sujetó al rayo, la piedra que edifica o la que mata. Todo da igual, el raso y la arpillera sobre una piel cuidada, la arruga en el vestido, la sangre en los pezones de una madre vacía, el filo de la daga amando un cuello virgen, la libertad a secas... y aún así me arrepiento de la casa y el verbo, de la lumbre, del salmo treinta y tres -Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de su angustia-, de la pana guisando su calor entre los muslos, de ti de tantos nosotros. Corro hasta el ambigú, pues acaba una historia mientras otra ya asoma de entre un final con créditos. Respiro, fumo, resto.

Rosebud

Da placer o dolor, siempre misterio; su existencia es no ser, pero un instante de lucidez o rabia basta para sentirlo. Está en lo que se ama y produce un rubor que ulcera el alma. No es de este mundo o sí. Yo lo he sentido.

Conviene distraerse un poco

Porque da igual el mes del calendario o el día de la semana y salir o quedarse en la cocina con unas aceitunas, porque no tiene caso enfadarse o reír tanto que te duela la cara o los nudillos, porque se caen las horas y mi cuerpo regula solo su adrenalina, porque al final de todo el dinero resuelve pone y quita, porque me da la gana o ni siquiera por eso, porque estando sentado pasa el mundo y sus cosas como un telediario o un concurso grotesco, porque me duele a veces ser como soy pero me olvido, porque si digo basta es que ya no hay salida, porque hace calor, porque estoy viejo, porque ya ni pensar me sirve ni aún sirviendo... Porque soy, siempre fui, subjuntivo o pasado... ¡Qué desastre!

La mediocridad inalcanzable

Porque la casa a veces tiene ese olor a nevera apagada y la calle se tiende sin pisarla siquiera, porque te pones siempre los peores vestidos para comer conmigo en la cocina y ha perdido el pudor la ropa íntima convirtiendo su magia en esos trapos que utilizas para limpiar el polvo de los muebles, porque ya sólo vamos al cine como al jardín de infancia y todo se resuelve en palomitas y visitas constantes al servicio cargados con los niños, porque el amor perdió ya su liturgia y el azar, porque hay ropa tendida y empezará a llover si Dios no lo remedia, porque se acaba el tiempo de los padres y Magdalena anda desorientada sin saber dónde puso la llave, el bolso, la pulsera...; porque el pan se recoge siempre a la una en punto y hay que hacer acopio semanal de congelados, porque los hijos crecen, porque París espera, porque hay que trabajar... ... a veces me parece que ni la mediocridad está a mi alcance.

La sonrisa sardónica de Welles

Sonreiré en lo oscuro porque mido mis pasos y sé sencillamente que sólo yo me basto para parar el mundo. Mío es el sí y el no, pues visto ya el sudario y no me importa nadie. El azar de la lluvia queda para el gentío. Yo soy quien pesa la mercancía, el que decide el precio y también el que paga.

El reloj de cuco

Sentirse en el final no es lo mismo que el cráter de las bombas pasadas, donde los autobuses siguen tranquilamente su rito de estaciones, donde el sudor es lavado de esencias o donde las boutiques abren sus rejas a la luz de la ropa por estrenar. Sentirse en el final agota, pero no hay distracción hasta la muerte... da igual si te has peinado, la mancha en la camisa o el error en el cambio; Da igual si en el portal duermen los indigentes o si el horario es cumplido con el segundo notarial, exacto. Sentirse en el final multiplica y los usos se cargan de razón y el mundo avanza o se detiene, sin más. Sentirse en el final es jugarse el dolor a todo o nada. Morder o ser mordido, entonces, pone en orden el caos. La paz es la energía que sueñan los mediocres.

En la noria del Práter

Mira cómo caminan abajo, apenas se distinguen sus ropajes, sus gestos no se ven, su sexo es inconcreto. Existen porque yo quiero que existan y desaparecen si decido cerrar mis ojos. Aquí arriba, tú y yo somos un universo con minúsculas y ellos son esa luz que antes de hacerse visible es muerte. Soportan el aguacero o se cobijan debajo de nuestros pies, respiran sin saber qué proceso les hace insuflar el aire y expulsarlo. Sonríen, miserables, si les das alguna pauta mínima para seguir viviendo o incluso si les pones la muerte a un precio razonable. Mira, son como hormigas... quizás ni eso.

Amante fiel

Si fueras el pecado y su tragedia, quien aplica tortura o simplemente firma los papeles, si te fueras con otro o compartieras cama conmigo y otros hombres, si fueras de una secta, monjita de clausura o esclava del Diablo, si huyeras de mis ojos y arropases los tuyos con una causa injusta, si asesinases a tus padres o incluso a nuestros hijos, si mintieses en todo o fueses tan sincera que tu palabra hiriese como daga o venablo. Si levantases cada minuto un falso testimonio sobre mí... te seguiría amando.

Harry Lime

A veces los amigos de la infancia se quedan detenidos en un gesto en una soledad en la memoria y no hay forma de verlos sino anclados en una foto sepia antigua rota. Se niegan a entender lo que sucede suelen hablar de «historia» con minúsculas relatan como abuelos las batallas y te invitan a un vino alguna tarde Su mal es algo endémico no grave Tú aún eres el mejor y no has cambiado Ellos son la desgracia tú el pecado mortal Original y no han sabido crecer hasta tu altura. Si un día te ven llorar creerán que ríes.

Penicilina adulterada

Lo que no abarca mi mirada aún no existe, por ello trafico desde el afecto al cercano sin valorar lo que ha de venir ni la consecuencia que exceda a mis ojos. El hombre indefinido es como el mal menor, algo que apenas puede doler, un número. A veces vendo mis ojos y todo es prescindible. El fin obvia los medios.

La ciudad dividida

No sé qué hacer ahora, cuando la edad es ya sólo una carga, cuando aprendí a claudicar o acaso sólo sé claudicar. Hay días en los que el puño intenta apretarse de nuevo, pero no tiene mérito, pues es como estirarse y bostezar. El resto son achaques, paso de gente vacua, miradas al horror que he hecho por no herirme, por pasar ocultándome en mis cosas. Pero la ciudad arde, se encona y se divide, reacciona por absurdos y no promete nada que no haya sucedido ayer o hace cien años. Y yo, beligerante con mis dudas, brutal conmigo mismo, aún temo darme al otro como un final o un héroe... ¿Si ya no hay esperanza en lo que de individuo se aprecia en mis arrugas, a qué espero? Hay mucho por hacer: ser bonzo en una plaza, colgarse de una tarde o armar un sacrilegio con la imagen de Cristo a solas, solo yo.

El tercer hombre

Necesito la mirada, un testigo que sepa sellar sus labios para anotar el día que ha pasado. No hay bondad ni maldad si no hay unos ojos en ellas, porque el ardor que vive adentro no existe si no quema las vísceras del otro, porque la risa es mueca si no acompaña al estupor, porque morir a solas es sólo causa si no abanderan las lágrimas algún pañuelo usado o un gesto de descanso flota en los túmulos. No hay ser si no se hace plural el sujeto y llueven adjetivos. El tercer hombre murió ayer asesinado por una nada. Yo le estoy buscando. Soy la sed y abrevo en las canastas un agua que ya fue.

En la cocina

Deshueso el muslo sin ser el matarife y sumo especias como un chamán o una madre. Voy a las brasas y presumo la alquimia. Mi pierna está crujiente. Morir con dignidad pide una mesa puesta, una loza, un buen vino.

En los años

Todo se hace sencillo cuando la piel se obstina en quitarnos la máscara. Un hombre es esqueleto, despojos, circunstancias.

En campo abierto

Paredes, muros sobre los que golpear mi cuerpo autista. La libertad es trampa.

En la calle

El horizonte siempre colgado justo detrás de todo.

En la casa

Volver a la casa después de cada gesto a rumiar el fracaso mirando el plato de carne que sobró ayer, recalentada igual que la escasez de mis bolsillos. Hacer recuento del amor y ver números rojos abiertos como sexos a la derrota. Mirar las manos, que ya no son posibilidad ni espacio donde crecer. El tiempo pasará y abriré la certeza como un libro, porque está todo escrito y el paso que vendrá tiene su horario. En la cita postrera, la del mármol, podrá orearse el mundo ante mis huesos. Haber sido la célula y sus breves orgánulos resulta suficiente. No me quejo, pues ser biología ya es bastante.

El muerto incómodo

Ese cadáver triste que ahora cena sobre el mismo mantel que yo lo hago tiene mi sed, mi silla y mis cigarros... Se tumba por las noches y no duerme en el justo lugar donde descanso. Mira lo que yo miro, toca lo que yo toco, es el muerto que soy. No tiene ganas.

Los alemanes iban vestidos de gris, tú ibas vestida de azul

Vivo mirando tus fotografías, las del último agosto, cuando estabas en una proa ajena y no pensabas más que en tu soledad de ramas frías. Presiento en tu figura otro paisaje, otros amores rojos y paganos, y siento que te rozan otras manos como un puñal de fiebre, y un coraje de celo y desazón me ahoga y vuelven a morderme por dentro las entrañas. Engáñame y no digas que me engañas, di que me amas igual que se revuelven las playas en sus olas. ¡Miénteme! Di que no hay otro él. ¡Engáñame!

Me adaptaré a lo que venga

Cuando te echaba de menos sobre el papel o la cama mi frente era vulnerable. Tosía tu voz y yo era la casa donde hay un tendedero lleno de ropa blanca y algo de amor que planchar. Cuando me faltó el grito del compañero armado, el valor se hirió de unas alas grises para hacer su cortejo en nidos alejados, ya no en el mío. Cuando el hambre, supe que ser coprófago no es nada delicado, pero ayuda. Ahora digo sí o no, según convenga al gesto del que mira a mi cara; si llueve, mojo mis pantalones para mimetizarme con la lluvia; si las balas silban, sigo su trazada y me escondo en su rastro. Me adaptaré a lo que venga para seguir viviendo.

Los sospechosos habituales

No fuiste tú, fue el árbol que se resistió al viento, la copa que contuvo el vinagre porque el tiempo pasó y todo se oxida, la mirada cruzada sin saber que se mira, la paloma que retorció su vuelo ante el maíz cocido, No, no fuiste tú. Fue el gusano buscándose el principio de la seda, fue el agua desllovida en la sombra de un fresno, el calor de una axila, el hombro de las cosas. Ante lo cosumado es preciso un sacrificio de sangre ajena.

Nuestro amor no importa

Porque la tierra rota y se traslada, porque también el átomo y la vida, porque ardemos en sístoles y trágicas diástoles, porque el hombre de Orce se irguió una tarde y supo que el futuro era suyo, porque hay una mitosis que supera a la química, porque el lemur no tiene bayas para su hambre, porque en Marte hubo agua, porque que hay una escritura que aún no se ha descifrado, porque la luz es curva, porque hay una poesía de cáncer y oncogenes, porque una fiebre extraña no encuentra su vacuna, porque a las nueve y media se juega el Deportivo su futuro en Mestalla, porque alguien se autoinmola y aquí no pasa nada, porque una mujer llora mirando a su asesino, porque Renault no tiene los mejores neumáticos y debe conformarse con seguir a Ferrari, porque mi madre sufre un vértigo terrible y pelea en la cama una guerra tranquila... Porque hay mucho que hacer y no nos queda tiempo... nuestro amor, francamente, no importa

Los enemigos nunca aprenden

Reconocen tus pasos cuando vuelven del orto con sus zapatos puestos como la piel o el hueso. Saben que ya tu bilis duerme en su ardor el sueño de los injustos y que no ha de hervir más hasta que estés despierto. Calculan tu miseria multiplicando verbos por adjetivos llenos de miradas hiriendo... Desean que no mueras... No aprenderán jamás que su odio es tu desprecio.

La Marsellesa

Han llegado nuestros días, pues la patria rinde odio a otras banderas. Si me ves airado arengando a la gente, vociferando signos como metralla o carne, no intentes resolverme con tu mirada práctica. Escóndete o regaza las mangas de tu blusa y sígueme hasta el nido de la brasa que incendia. El tiempo de los héroes no entiende de lo útil, pues precisa su acento en el cuello y las vísceras. No intentes entender lo que debe venir, porque nunca la mano preguntó a la cabeza. Llegaron nuestros días y es preciso quemarlos hasta que sean ceniza o el detritus mejor para que crezca el álamo. No te obligo. No quiero más que pienses si el horizonte debe ser sendero o fracaso.

La gran ilusión

Tengo algo que decirte, y no puedo esperar a que crezcan las palmas en un desierto ajeno. Escucha, pues en mi voz dormitan trochas verdes sin límites y sólo en este instante desanudo mi boca de su sed y te hablo: Reanudarán los mares su tarea de peces, morderemos las frutas y en las adormideras sestearán nuestros cuerpos una tarde de lluvia. Tú vendrás de las parras con las uvas del fuego para hacer una hoguera que desabrigue al frío; Yo habré dado comienzo a un mundo extraño, nuestro, en el que no haya sombras que puedan molestarnos. Me mirarás al centro -no a los ojos- y tendrás la certeza de que soy para serte hasta que quiera el tiempo. Sentados bajo un olmo, sin nada que ponernos, declinaremos juntos hasta el último gesto. El mundo será entonces para empezar de nuevo.

Este es el comienzo de una gran amistad

Ahora que me pregunto de qué sirve mi boca y dudo. Para qué usar las manos si no son «erramienta». Cómo mirar sin ver la utilidad concreta del enfoque del ojo... Ahora que sé tus trampas, que conozco el latido de tu interés y el odio que regalas en dosis como un medicamento. Ahora que atisbo el límite del rencor que nos une y nos separa... debo darte el abrazo, pues de nuestras miserias puede nacer un tiempo de amapolas y pastos. Brindemos por el fin de este camino abierto para el puñal y el asco. Que otros se ensañen mientras crezca esta cuenta de alimañas que somos. La alfombra de cristales se tiende a nuestros pies. Pisémosla seguros, pues vamos bien calzados.

El prefecto de la gendarmería

Sé que estoy vivo y soy el labio carnoso de la muerte. No espero sino lo que mi mano alcance y aguardo con paciencia cada hálito del aire que me queda. Si viene el mar, no nado, tan sólo floto al pairo y no me quejo si acosto en tierra yerma. De cada paso dado guardo una huella por si me hiciera falta descansar en su gesto. No me va mal, pues pienso que ha de irme peor y no me importa. Hoy respiro. Mañana acaso ría.

El bar cerrado

Podría amarte ahora, mientras se posa el humo en los salones, amarte sobre las mesas limpias, reposo de las manos. Podría amarte ahora, recostada en el eco de la gente, tendida para mí en el centro de todas las miradas que quedaron pendientes... Pero no estás y el bar se me hace grande, como un minuto ardido o un grito sin abismo. Rodearé la barra con lentitud, sin ganas. Abriré una botella de ron rancio y caliente, encenderé un cigarro y serás la pavesa que sacie el cenicero. Un hombre solo, a veces, no es más que una promesa o un deseo frustrado.

París tomada

Si no has ido a París no puedes comprender cómo me siento cuando a la luz se adhieren las señales de humo, cuando a un mar que no existe se le encuentran las olas y la espuma, cuando el hedor a estambre es casi primavera o cuando en las estatuas no hay palomas ni heridas. Saber que el rostro antiguo de una ciudad vomita es conocer un poco su legado de muerte... Pero no te preocupes, que hay tiempo para el asco, para la sed y el frío; y no saber, a veces, es longitud y esfera. Quien no conoce, puede. El que ya es harto debe temblar y tiembla. Yo vi París tomada. No hubo mayo aquel año, tan sólo calaveras.

No arriesgo mi cuello por nadie

Me turba la humedad, hasta pensarla. Me irrita ver lo trágico del mundo. Soy un aislado triste, un náufrago lascivo y agotado que no quiere penínsulas ni puentes. En este entreparéntesis sin signos que va sumando días... o restándolos asoma una sinapsis fonteriza de axones egoístas, solitarios. De todo el tiempo herido, de las armas blancas de filo autónomo y suicida he acumulado restos humanos como viandas para una cena a solas con mi cuerpo. Comulgarme me limpia, me pone en gracia, y luego, tan lúcido como una fe o un niño, sé en mi clarividencia que nadie se ha ganado que arriesgue por salvarle un solo átomo. Ya no me juego el cuello, he madurado.

Pasaporte/Lisboa

Hasta donde la luz que limpia el aire quiero llegar, allí donde las camisas blancas, los patios regazados en sus parras y las camas abiertas para el descanso. Allí, donde la gente se conforma con ser, sencillamente, junto al pan y unas manzanas verdes. Y dejar que mi mano escriba versos o fragüe una caricia clandestina.

Víctor Laszlo

Aquí soy feliz tumbado entre mis cosas, hablando de las voces de mi tiempo, mirando los castaños que conjugan los ciclos como verbos, mintiendo en los cafés que saben de mi casta y de su aroma. Aquí soy un hombre con frente y con perfil, con nombre y apellidos, con padres, con hermanos, con abuelos. Y me gusta no ser un aristócrata de signo proletario, el perro que primero ladra, la esperanza roja de sudor nadado en sangre. Aquí no necesito más bandera que un cigarro liado y tu cuerpo en las noches recordándole al mío que el temblor es la gloria. Si no necesitasen mi voz los que van a morir de hambre o misería me jugaría al mus una copa de Magno cada tarde.

Cada uno debe aceptar su destino

Estar triste, sin más, cómodamente, sentado sobre el trono solitario sin ser capaz de armar el justo horario que me aparte de ser cuerpo presente. Estar triste del suelo hasta la frente siendo lento pesar, cruel corolario de un día aciago, gris, aniversario de otro día pagano e impotente. Que se me muera el ave entre las manos, que el cielo se derrumbe, que las bombas caigan con ese azar de muertos vanos, que ruja el huracán y entre sus combas de viento y agua atine mi tristeza a tornarse esperanza o cruel certeza.

El café de Rick

Desterrado en este cuerpo extraño, lúcido como nunca, insatisfecho, busco un sur que llevarme a la boca, una saliva ajena, un gesto en el que revolcar la esperanza que no tengo. Es el tiempo de la conciencia el que me abate. Miro con suciedad y veo el mundo nítido y contrastado. No siento y presiento el ataque voraz de exactos adjetivos. Rumio un permanecer y un hálito de víctima enreda en los rincones. Sin cuerpo bajo estos hombros caídos como sauces tan sólo la conciencia puede armar estrategias o perpetrar un llanto.

Sobre la marcha

Edificado el mundo, ornados los portales con las guirnaldas rojas que bordan los vencidos, cuadrado el número en el debe y haber hasta la sombra llena sin penumbra posible, hecho el acopio exacto de arroz, frutas y especias... destruyamos la casa, hollemos la ciudad con bulldozers y tanques; quememos los jardines, los pastos, las centenas; rasguemos cualquier llanto como si fuera música. Y cuando todo sea de nuevo el caos preciso, sin más, sobre la marcha, construyamos un mundo habitable, imperfecto.

Casablanca

Te olvidé –lo recuerdo con nitidez ahora– y han debido alinearse los astros para que llegue el viento que se lleva esta niebla. Juntos fuimos la luz en la ciudad quemada, jugamos a ser armas de fuego clandestino, clamamos en las calles con altivez de gleba la miseria de un mundo que se hacía pedazos. Nos amamos también como si todo fuera del último segundo. Bebimos por la paz de nuestros muertos y hubimos de saber que el mundo se hace a tragos y a tontas decisiones. Entre el amor y el hambre escogimos la lucha que puso tierra en medio. Te olvidé, lo recuerdo, pero ha llegado el tiempo de arder en Casablanca.