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Mostrando entradas de diciembre 14, 2008

Sara Teasdale intuye su parálisis

En cada palabra hay una herida por cerrar y otra abierta. Una herida tumefacta como los ojos crepusculares de una mujer violada, como el sexo manando esos períodos de los hijos frustrados –fantasmas de cloacas que sirven de alimento a los seres necrófagos de todos los subsuelos–; una herida profunda que vive en los afiches de las calles vacías donde un clochard ha muerto... Mirad la ventanita de aquella casa oscura; la poseen las sombras de dos cuerpos amándose, de dos químicas pares haciendo la mixtura de todos los humores, cocinándose, ardiendo sin percibir siquiera que la exacta genética dispone sus cadenas con precisión preclara. Mirad aquellas sombras, no necesitan método, pues manda el replicante sobre sus movimientos. Sobran las torías de todos los científicos, huelgan las religiones... Dos seres sin palabras, como sombras, sin cultura quizás –pues da lo mismo–, desentrañan en éxtasis la fórmula imposible de la vida. Mis piernas no responden, y no he amado aún... tan solo fui pa

Hart Crane mira el mar con los ojos cerrados

¡Ah!, la distancia. Alejarse es apartar la mirada mientras el barco se hace un punto inasible... o quizás volver al lúpulo y su sangre. Vivir es una huida constante, un abandono. Alejarse es vaciar la memoria con arcadas... o perderse en la hiel del desvarío. En la borda, el sabor a salitre me llama a ser océano. Valoro la distancia y alzo el vuelo. ••• Hart Crane se arrojó al Atlántico desde la cubierta del buque Orizaba. Fue en el Golfo de México el día 27 de abril de 1932. © luis felipe comendador

Vachel Lindsay entra en el cielo

Caminando tampoco se llega a parte alguna. Yo, que horadé las trochas de la ciudad quemada por el fuego de las luces, que arrumbé mi cuerpo en extraordinarios parajes de Illinois o Nevada, que comí con los pobres ratas sabrosas al amor de la lumbre, que supe del banquete en New York y en Springfield, que vi la muerte en las minas y el dolor en los campos de centeno.... estoy aquí, desnudo, nítido, aguardando el algodón sintético del norte, la lluvia ácida y el viento putrefacto que llega desde desde los puertos con ese hedor a estibadores y a marineros podridos por la sífilis y el chancro. Estoy aquí expuesto al lametón de los maricas, a la mano del sátiro asesino de muchachas, desesperando una muerte que nadie quiere darme, porque no soy el muerto que necesitan, el que buscan. Me presto al coito de los puñales y solo el de la indiferencia me penetra. Me regalo a las balas y todas llevan otros nombres. Yo, que grité en los mercados, en las ferias; que encabecé algaradas, que viví en lo