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Mostrando entradas de febrero 8, 2009

Las ciervas

¡Las ciervas...! Siéntate en lo que resbala, viejo, y mira el olor de las cosas como tocas la tinta fresca con el dedo. Busca en el zaguán la sombra de alguien que caminó ayer y tiéndete a pensar en tu camastro. ¡Las ciervas...! El beso, viejo, el beso en las axilas y luego flotar como una niebla ancha que deambula y advierte, que gime como lo hiciera un mal fusilado. Quiero entenderte, pero me cuesta tanto... ¡Las ciervas...! El reflejo en el charco, viejo, el baño de la virgen desnuda como un regalo de la lluvia, las flores como sexos femeninos abiertos, como bocas buscando la raíz que los penetre mientras suena la queja deliciosa. ¡Las ciervas...! Pulpa de mandarinas, viejo, pulpa en los labios mojados con sabor a lo que se fecunda, fécula, felpa, feldespato, pulpa de mandarinas, pulpa de vulva, pulpa. ¡Las ciervas...! Frótate, viejo, que el tallo ya es adulto y hay que dejar olores en las ramas que circundan tu isla, hay que dejar señales a las hembras adultas de todas las especie

"La noche soy y hemos perdido"

Decir que todo ha sido llorado ya, saberlo, y luego abandonarse al salto magnífico, a la memoria animal, a la alimaña de las fauces abiertas, a lo desolado que es fondo de cada nada... y volver al gesto primitivo, al voluptuoso danzar de lo que acaba, al nombre primigenio, a las ruinas donde la huérfana llora desolada, a lo que cesa con cada pestañeo, a la tregua de lo indefinido... Y llorar mansamente, sin angustia por dentro, sin necesidad precisa... y abandonarse en la desmesura de un final, y ladrarle a la sombra que se acerca golosa desde abajo. Caer... caer... caer... y sentir el desgarro de la mordida, la hendidura caliente ahogándose, la lengua latiendo como un corazón en la boca... y pronunciar en alto que el exceso es silencio cuando se cierra el círculo. Hemos perdido, sí... ¿Qué heredarán mis hijos?

Héctor Murena cree en la influencia de los astros

Lo he visto en las mareas de este mar interior hecho de meses, en la luna diaria de tus ojos, en el calor solar de tus brazos trazándome la herida, en la piel constelada que alimenta tus hombros plenos de melanina, reposo de mis manos... Lo he visto en el talud de tu vientre, en el cristal más líquido de unas lágrimas breves, en el ígneo palor de unos muslos eternos como nieve... Los astros simplemente ordenan la cadencia de las cosas, poseen la memoria y las señales de lo que fue y será. Déjate al aspaviento de sus órbitas, abandona tu piel a su mandato. ••• Héctor Murena murió rodeado de cajas de vino en el cuarto de baño de su casa de Buenos Aires. Fue el día 5 de mayo de 1975. © luis felipe comendador

Epístola informal a Fabio [R. de la F.]

Qué ganas de gritarte, como un ponente raro, desde la mesa aquella de la pagana misa con filólogos mancos y poetas de risa que me ponen la sien a punto del disparo. Qué ganas de decirte que ya no paso el trago por más que mi garganta se humedezca sumisa y me desabotone dos tercios de camisa. Qué ganas de anunciarte que ya no soy el mago, el coral ditirambo ni el par de los impares, que no tolero el asco de los que por poesía remojan acertijos, retruécanos, cluedos... y silabean tontunas contando con tres dedos, pensando que el fulgor está en la apostasía de lo que no sea rima, medida o calamares. ••• De más decir demás –está de más decirlo–, ellos se creen poetas... tú sabes que son mirlos.