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Mostrando entradas de 2009

Aprendiendo a borrar

La mano que escribió está aprendiendo a borrar, y no resulta fácil para quien siempre fue el hambre incontenida… nacen y mueren hombres cada día, y hay aún quien dice “no es verdad”, y yo sigo en mi norte, en que la vida es esto y esto y esto, incluso la debilidad o los golpes duros, incluso la espuma dejada por las olas de algunas palabras… esto y esto y esto…. eso es la vida y solo eso. También están, como muertos, las paredes de alguna habitación y los muebles tendidos como viejos pinnípedos, mirándome… todo el espacio es habitación, alcoba, comedor y puertas… aunque haya un mar por medio y mil tormentas… todo es habitación que encierra y ahoga y agota… y no importa que mueran las flores del jardín en el jarrón o que llegue otro invierno, no importa que la toalla cuelgue como un sauce llorón en el perchero blanco del baño, no importa estar desnudo… porque no hay exterior y el pelo puede cortarse mañana en la peluquería de enfrente… Estoy aprendiendo a borrar todo lo escrito, porq

Usted, que está en los cielos...

Qué lindo verla llegar desde el horizonte y decirme: “Usted, que está en los cielos, mire la luna que acaba de salir, esa luna mochica que aquí siempre fue muerte, una muerte para estar mejor, un sacrificio para cambiar el mundo… usted, que apenas pisa la tierra y ya tiene ganas de irse porque le cansa tanta miseria junta… no se asuste, hágalo por mí, que necesito su seguridad como a la virgencita o a San Judas Tadeo, no se asuste ni se vaya jamás, que solo su presencia produce aquí mil cambios y hace brotar sonrisas… solo déjese llevar por este viento que trae la arena de las playas del Oeste, déjese llevar por la intención ajena, y beba si quiere este pisco que le ofrezco hasta que la ebriedad le ponga en la justa verdad de lo que aquí sucede… usted, gringo que trae la noche serena y pura, no se vaya jamás, no se me vaya aunque ya tenga ganas de volver con los suyos, que aquí se necesita verle para saber que hay un futuro cierto… no haga nada, no diga lo que no quiero oír, solo déjes

Jamás creí que fuera tanto.

Jamás creí que fuera tanto… y sin embargo temo que me pidan el mar o que no sepa desprenderme de estar vivo. Jamás creí que de esta nada con esqueleto y piel, con corvas y rodillas remendadas, naciera el deletreo de la palabra “manos” para hacer los abismos habitables. Jamás pude imaginar sentirme dado como ahora me siento, y agarro con mis manos el verbo “merecer” y aprendo la costumbre de ser sombra sin un cuerpo presente que proyecte el ayer o una sonrisa. La distancia es un claro necesario en el bosque de mí cuando el viento no amaina… la distancia es la sed que hace preciso el rapto. Jamás creí que fuera tanto…

Que las manos sostengan...

Que las manos sostengan o cubran o acaricien o, sin más, pidan y que sean solo manos para atarse a otras manos cuando todo germine: es el viaje, amiga, solo el viaje ::: El rostro de la estatua en La Alameda espera que yo vuelva alguna tarde

No busco atlántidas

No busco atlántidas ni quiero trazar puentes sobre los mares nuevos… solo preciso un corcho humilde y estar despierto para lo que haya de venir… y quizás un par de cigarrillos rubios. Mis días son de calles en las que los colores se cansan por las noches, de hombres arrojados a la quietud diaria de un estatismo absurdo, de pan por la mañana y gestos de cansancio por la tarde… mis días son días sin balas, con muertos familiares de cuando en cuando [muertos que solo saben declarar su independencia con la muerte], sin cánones precisos [pero ciertos] y un poco de sudor si no hace frío… mis días son de ensaladas y macarrones y filetes muy hechos, son siempre laterales [sin llegar a ese margen que te muestra el peligro en el abismo], son días sin juicio universal ni cuerpo humano, sin Dios y sin penumbras en su sombra… mis días van sin héroes, tranquilos; discurren lentamente, sin agobios; no saben de un océano existente [porque el monte cercano oculta todo]… mis días son de euphorbias si pa

El resto es mientras tanto

Siempre en camino, combatiendo a las noches con sus constelaciones y a las claras mañanas con una vela que desplegar al viento, sintiendo un hambre atroz, buscando el mundo ignoto que te hará ser lo que has visto… y jamás detenerse, sabiendo que la chispa es el aire que entra y que sale del cuerpo… y dejar en los hijos la frente del criterio mientras envejecemos, dejarles la medida anotada en el cartabón –pero no grabada a fuego–… y dejarnos llevar por el vigor que falte hasta donde la nave quiera sujetarnos. Cargad, hambrientos de sueños, contra los días que restan… cabalgad vuestras monturas hasta agotarlas buscando el horizonte… que el polvo se zambulla en el aire pasado, que no exista la palabra regreso en vuestro idioma ni podáis ver cómo crece el alerce que plantasteis un día… Los rizos habrán de abandonar la calavera y no habrá mar de fondo entonces, ni besos atrevidos, ni siquiera un deseo que cumplir… entonces comprenderéis que no hay un dios posible aunque las plantas sigan a

Carne

Somos carne que acontece y se traba, que a veces se divide o descansa como las jarras de Morandi, carne roja que poco tiene que ver con la vida que llevamos o con la lógica absurda de los días urbanos… somos carne tapada por el fieltro o el algodón tintado, carne sin demasiada importancia para quien la trafica, carne tierna a veces y también bien servida en la pose simétrica de los banquetes… somos carne ensayada y también débil… carne que toma asiento y sorbe un café o se detiene en unas líneas, carne pasada que se pudre sin más una tarde de otoño y se amontona en el seco tictac de los relojes, carne que hizo lo que pudo y administra las muertes de los significados… carne sin más misterio que ese azar que cubre lo impalpable, carne como un vuelo de pájaros que apenas reconocen el último árbol suyo, carne que fuera intacta un día y que ha sido escrita por otras carnes pares con embriaguez de lirios y promesas. Las rosas del jardín posan espléndidas y hay un bistec de ayer en la nevera.

Apilad los cadáveres

La memoria murmura los nombres olvidados de las cosas, los paisajes que fueron arrasados por las constructoras y aquellos espacios que alguna vez parecieron vacíos… pero hay gente que existe y baila y llora y sueña mientras escribe solicitudes para ocupar los espacios que parecen vacíos… El lugar de la huella no es de nadie, pues el tiempo macera su venganza tranquila y deja que la vida consiga ser rumor y no otra cosa… luego, la muerte avanza, siempre avanza, y lo hace con sus pancartas viejas, como manifestándose, con sus gritos ajados para arengar al hombre… “ tú eres la más elevada criatura, el perfecto, el sublime, el que ocupa los tronos, el fuerte, el que razona, el que conmueve, el capaz de cualquier heroísmo, el que contiene el genio y lo administra, el que encuentra la gloria, el que domina todo cuanto mira, el que administra el espacio y lo somete… pero el tiempo no es tuyo… ” La muerte avanza, y ríe, pues sabe que la tetera permanecerá junto a las tazas, que en Londres llov

Andamios

Andamios amarillos cuando en ti veo muerte [‘cuandoen’ ti veo muerte… luctuosa sinalefa de mis ojos]… andamios tan paródicos de esto y esto y esto que es la vida… andamios de la busca en el relato caótico, infinito e ininteligible… andamios de la cábala y de los espejos con marco art decó y pan de oro… andamios eruditos con gárgolas rampantes en su ferralla… andamios que parodian a Chesterton con un perfil metálico de Charles Auguste Dupin… ‘handamios’ novedosos para un mundo futuro… andamios de aquella manera, como estás esta tarde, tirado, incongruente, laxo, yerto… andamios paradójicos para templos católicos que aún están por hacerse y derribarse… andamios amarillos y oxidados para mirar atrás y ver lo imprescindible prescindible… andamios como desorientados, juveniles… andamios investidos de cátedra y birrete… andamios de suburbio, caedizos… andamios posmodernos que ya no son andamios… andamios sicológicos, de alambre de funámbulo y vacío… andamios de jardín, con hiedras trepadoras

Gilles Deleuze

Me sorprendo otra vez ¬–ya me he pillado en diversas ocasiones en el mismo estado y posición… y con el mismo texto– leyendo, sin haberlo decidido antes, por purita casualidad, la magnífica conferencia que Gilles Deleuze impartió en la fundación FEMIS a la gente del cine en 1987. Disfruto como un bebé con sus secuencias lógicas, con sus baterías de preguntas que nacen de otras preguntas y vuelven a otras preguntas. La conferencia, que recomiendo a quien le apetezca disfrutar de una lectura chuli, lleva por título “¿Qué es el acto de creación?”, un tema que me apasiona y en el que me pierdo con harta frecuencia. Leo y tomo notas en mi cuaderno, sonrío y tomo notas en mi cuaderno, caigo en la cuenta y tomo notas en mi cuaderno… A esta altura del mundo del hombre, uno de los sucesos más difíciles de lograr consiste en que un hombre tenga una idea [porque las estructuras están diseñadas para que el vulgo no tenga ideas –eso queda para una élite a la que no se le da todo mascado y digerido–

Jean Baudrillard

“¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?”, me preguntó, y me miré las manos manchadas de carbón… solo se me ocurrió ponerlas sobre su camisa blanca para sentir esas albricias locas de un cuerpo masculino… El tipo era bajito, pero miraba hondo y no encajaba en el paisaje del Queensborough… y yo lo deseé tanto como una huida, igual que a la muerte por las tardes, doblado ante los montes de carbón, cuando el trabajo me deja tumefacto deambulando por las calles y fumo cigarrillos liados para salvar el tráfago azaroso de la muerte… ••• Contaré un secreto que tiene mucho que ver con mi escritura… pero, ojo, es un secreto… así que no se lo digáis a nadie. Soy, desde hace unos años, un fanático frenético de frenopático de la obra visionaria de Jean Baudrillard… me fascina su curiosidad extrema, aquel encenderse un cigarrillo tras otro mientras conversaba [yo lo imito al dedillo en esa fragua], su pasión acerada por los desiertos, lo dejado de lado que le tuvo la intelectualidad durante una cab

Damayantí :: fábulas del descendimiento / 3 ::

Era ya tarde y yo iba con la intención de recogerme en mi casa, después de una larga partida de julepe con Jules, Manzoni y Antoñito de Almeida [amigos viejos y tahúres venidos a menos por sus absurdas aficiones literarias]. La calle estaba como vaciada por la falta de luz y lo alto de la hora, y debo reconocer que sentí cierto temor cuando presentí que alguien caminaba a mi espalada. Decidí detenerme para verificar mis oscuras sensaciones o calmarme. Efectivamente, al cesar mis pasos, otros fueron tomando enfoque en el ambiente enrarecido de la noche. Mi tensión bajó su tono cuando mis ojos anotaron un cuerpo liviano de mujer que se acercaba hasta donde yo me encontraba. Di las buenas noches, pues en mi educación figuran mil marbetes de ese estilo, y la mujer me miró fijamente a los ojos. Era joven y parecía contener esa belleza digna de las mujeres cuidadas. Respondió a mis palabras con un gesto y siguió su camino durante unos metros. Se detuvo. Se volvió hacia mí y me preguntó con u

Fantine :: fábulas del descendimiento / 2 ::

Hablando con mi dentista, durante la cura de urgencia de una muela careada, me contó que, hacía unos meses, le había comprado los dientes a una joven madre bellísima, que respondía al nombre de Fantine, que necesitaba con desesperación una cantidad urgente para curar a su hija de una rara enfermedad. En un primer instante no caí en la cuenta, pero cuando andaba saliendo de los efectos del anestésico que el sacamuelas me había suministrado, recordé que en uno de mis viajes a París, mientras compraba pan en Poilâne, una vieja panadería de Rue Cherche Midi, una joven bellísima sin dientes se dirigió a mí para pedirme unas monedas. Le di sin pensarlo algunos francos nuevos. La joven me sonrió y me sorprendió con estas palabras: “señor, no hay como la miseria para hacer resaltar con intensidad la luz más profunda y angustiosa de una persona… y eso es bello”. Me gustaron tanto sus palabras, que le pedí su nombre y lo apunté en mi cuadernito de viaje –se llamaba Fantine–, junto a su bella pré

Franz Moor :: fábulas del descendimiento / 1 ::

Fue mirar a Franz Moor y saber que el rostro encierra toda la ignominia del alma. Ya me lo había avisado Shiller una tarde de octubre en la que nos tomábamos unas tazas de ponche en The Punchbowl, una tabernita de la discreta calle Farm Street, en el barrio de Mayfair londinense: “te asustará conocerlo, Luis, pero es imprescindible que tengas esa experiencia para comprender al personaje orquestal que estoy creando para mi próxima obra, un tipo al que no trataré de forma alguna como un ser humano”. Recuerdo que aquella tarde tuve la impresión de no pisar la tierra firme mientras los ojos de Franz se enfrentaban a los míos. Llovía mansamente y los estorninos se refugiaban en los álamos.

Kierkegaard

Lo estético navega siempre en el mar de lo inmediato y tiene marcado su final en una suerte de desesperación que consiste en saber que ya no se puede esperar nada y, sin embargo, se continúa esperando… y el esteta vive en campos sensuales en los que el deseo y la huida del dolor son mercaderías diarias. Cuando el esteta comienza a ser consciente de que le ha llegado el puntito justo de desesperación, es exactamente cuando su estética pasa a convertirse en una ética que le viene a sostener hasta que todo acabe… así, el esteta empieza buscando el “placer” y evitando como sea el dolor, y siempre lo hace desde lo particular y desde lo excepcional, y, cuando llega a la ética, se asienta en el valor del “deber” buscando estabilidad, acomodándose en una moral… este viene a ser, a grandes rasgos, el planteamiento existencial de Kierkegaard [he pasado de anotar la última etapa de la existencia, la religiosa, porque me repatea y no la comparto]. Y desde este planteamiento intento mirarme hoy e i

Bernardo di Bernardino Baroncelli

¡Glup!... desde este vuelo no me está permitido hablar, ni reír, ni blandir, ni besar, ni morder, ni comer, ni dormir, ni desperezarme, ni follar, ni roncar, ni fumar, ni beber, ni acariciar, ni sentarme, ni correr... pero el hambre sin par de insentirme flotar... y esta erección final... y el orín en mis pies... y la mosca ritual que desova en mi piel... y el palor de mi tez... y la lengua alocuaz que se burla sin sed... y los ojos clavados como los de aquel pez entre el hielo picado... El nudo que deshace una mano miedosa me transformará en cosa. Me poso, reposo... vuelo raso.

Hazte a la par que el beso...

Hazte a la par que el beso o en el agua o recostada sobre el verde recién regado… siéntete desnuda en el arroyo y flota como las pupilas cansadas por la tarde… rózame tartamuda y luego hazte madeja sobre mi tórax. En los nidos de mármol las mujeres desnudas amamantan silentes a los faunos y yo siento su sombra de colimbos sobre la espalda espesa… muere el día y aún no he aprendido a sentir lástima de mí… y me tumbo sobre la tarde entera, que está muerta, deshecha como una mujer cansada… Los dedos guardan siempre desmesura para engancharse húmedos a los rincones blandos… recorren las aristas y las rayitas lúbricas, se adhieren a las matas de piel que se despiertan… y todo es apacible, como los mangos verdes o las últimas gotas de semen que presumen un ritmo de muerte en la fuente del glande… Oí llover, pero no supe dónde, y aquel rumor sabía a crótalo y especias… también olí la lluvia, como los ungulados en la sabana seca, y me trabé como un geranio nuevo en ese olor de tallos y estruct

El tipo de las cuatro I [novela]

Solía ser a las cuatro de la tarde sí solía ser a las cuatro de la tarde cuando le veía pasar por allí y solía ser a diario fallaba pocas veces sí era raro el día que no le veía pasar por allí por debajo de su balcón y siempre iba tarareando canciones antiguas o silbando con un trino especial era un silbido que sólo sabía hacer él luego siempre desaparecía por la esquina y ya no le volvía a ver hasta el día siguiente ostia quién será este tipo se preguntaba quién será este tipo y a qué coño dedicará su tiempo le sentaba mal no tener más datos del tipo fijo de las cuatro como le sentaba mal no tener más datos de la mujer que cruzaba la calle a media mañana y volvía al poco con una hogaza de pan entre los brazos como le sentaba mal no conocer lo que hacía el niño de la hora imprevisible ése que ponía a veces petardos en la pared de enfrente le jodía no tener más datos de todos aquellos seres de paso pero sobre todo del tipo de las cuatro qué haría después de doblar la esquina quizás iría