Píndaro se niega en los espejos

No los perros vagando por las calles.
No ese sol ambulante en los geranios.
No la fe,
no la muerte,
no el sabor a vainilla
de una boca alquilada,
no el verso meditado
esperando a la gloria del poeta,
no la razón,
no la fe,
no la muerte,
no la lógica fría y sistemática,
no el dolor,
no tus ojos teñidos de costumbre,
no los míos,
no el calor de ese cuerpo indiferente
que pestañea desidia,
no ese Dios que te nubla,
no ese Dios,
no ese dios...
No la estúpida pose de estos versos
hechos para el destierro
y la agonía.
Ya no liban
mi boca las abejas.
¿Acaso ya estoy muerto?

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