Un poema ciático.



No está la dulce Ipsitila en la casa, no está desde hace años.
Recuerdo que me topé de golpe con el poema 288 de Catulo mientras era estudiante de Biológicas en la Universidad de Salamanca y sonreí como un chiquillo mientras corrí a leérselo a mi amigo Juanito Montero… luego llegaron Marcial, Ovidio, Giorgio Baffo, Aleister Crowley, Drummond e incluso Espronceda. La poesía erótica y pornográfica caló en mí de tal forma, que me hice coleccionista atento de poemas lúbricos y me encantaba leerlos en reuniones de amigos… pero hoy no está la dulce Ipsitila en la casa porque me duele la pierna como su puta madre por un azar pinzero y cabrón del ciático… oye, qué cosa… un dolor sordo y profundo que comienza en el centro de la cacha (llamémosla nalga) y  la rodea hasta llegar a la ingle para bajar a su bola por lo más profundo del muslo y anidar en el gemelo como un calambre a medias y continuo que no te deja andar… y menos pensar en otra cosa que no sea ‘tengo nalga, ingle, muslo, gemelo… tengo nalga, ingle, muslo, gemelo… tengo nalga, ingle, muslo, gemelo… tengo nalga, ingle, muslo, gemelo… tengo nalga, ingle, muslo, gemelo’… un dolor mantenido que me deja ridículo para bajar del coche, imbécil para salir a recibir clientes, tonto de baba para levantarme de la silla, absurdamente impedido para ponerme los calcetines… y yo me refugio en esa tontería de que ‘el dolor educa’, me empecino en sacarle partido positivo a esta cojera haciendo el ganso a ratos y sonriendo al jodido tendido si se tercia… y este dolor anopheles, pinsapo, cascarrabias, insiste y me acartona hasta que me doy cuenta de que no tiene ni puta gracia estar como tullidito… y busco en el estante de arriba, a la derecha, la edición viejecita de Catulo (inhumano alzarme hasta ese libro, pero lo hago)… y me siento y lo abro y busco el primoroso poema 288…

Te lo ruego, dulce Ipsitila mía,
encantos y delicias de mi vida,
invítame a tu casa por la siesta
y hazme este otro favor, si es que me invitas:
que nadie eche el cerrojo de la puerta
y ten tú la bondad de no salir.
Mejor quédate en casa preparada
para echar nueve polvos sin parar.
Aunque invítame ya, si vas a hacerlo,
que acabo de comer y, panza arriba,
atravieso la túnica y el manto.


Es un poema ciático… ¿no ves?

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