Monte Rushmore

Ni siquiera el ángel cándido
puede con esta sordidez
que transfigura en agrios rostros
el paisaje más voluptuoso,
hiriéndole,
hiriéndome.

Huele a podridas coníferas el mundo,
pero no importa,
porque en la podredumbre
levita la revolución del asco,
el cambio total
hacia un nuevo ciclo.

Ahora
que toda aventura es artificial,
que se pueden bordar
cometas en el cielo,
que el suspense mejor
es pura arquitectura...
me asomo a mis sentidos
y diviso el paisaje.

Un barbero enterrando mis cabellos
quizás sea el único signo
de que aún queda esperanza.

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