Gritando en el foro de la ONU

Discurso impar de Maiakovski

¡Respetables ujieres de la Tierra,
jamás mis camaradas!

Removiendo sus heces me pregunto:
¿Saben acaso ustedes cómo se vive el hambre?,
¿saben cómo la bala arde en la pierna
o cómo se soporta el desgarro fatal del intestino?,
¿saben cómo es la sed obligatoria
o el terror de un bramido que te entierra entre escombros?,
¿saben en qué lugar deja la incertidumbre la dignidad del pobre?

Les contaré mi tiempo desde los soportales
de una plaza de pueblo.

Siendo nada, miré cómo un regato
alimentaba huertos personales,
cómo el día se llenaba con horas
de trabajo vulgar muy dignamente,
cómo crecía el amor a la par que los hijos
y todo era un pasar de noches sobre días,
de libros y tabernas,
de estaciones, sin más, iterativas.

De algún renglón torcido se me fue la sonrisa
y un clamor extranjero me nació en las entrañas.
Viajé como un poseso
buscando en cada sur el fin del horizonte,
y junto al pasaporte me crecieron preguntas
que no sé contestarme, pero que riego siempre
con duras reflexiones.

En Tanzania vi el agua matando sin cuchillos,
en Camerún el todo que es un puente deshecho,
en Angola los ojos de los niños soldados,
en Honduras la rabia de la naturaleza...

En todos los lugares,
ujieres de la Tierra, jamás mis camaradas,
que me han alimentado de arroz, miseria y dudas,
he compartido risas, terror, espanto y agua,
y un odio lento y sólido a todo su sistema
se ha cocinado adentro como un manjar de rabia.

¡Escuchen el clamor de la algarada
que ha de llegar!, y sientan como hombres
el miedo a la revuelta que ya asoma.

Busquen su dignidad, si es que aún les queda,
y rectifiquen las pesas falsas de su balanza
para que el odio asuma el equilibrio justo
que le toca.

No hagan acopio de armas,
no gasten más esfuerzo en barricadas
de divisas y dólares.

Los pobres no pueden perder más.
No tienen.

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