Quizás me deje de tu bello rostro

Desde las inmortales
mañanas repetidas
ella surge entre sábanas
poniéndole a los días
el norte más preciso.

Me cuida,
me alimenta,
me sofoca las lágrimas...
me hace sobrevivir.

Y yo tengo las manos de mi padre,
sus ojos y aun sus años,
su pelo despeinado
y sus canas sedosas...

Y me miro y soy ella;
soy ella y soy mi padre.
Y me pesa el futuro
mientras me duele el tiempo
como lluvia tranquila,
constante,
con su cruel humedad.

Quizás ya sea el tiempo
de olvidar las guirnaldas
que tus manos coronan
en mis sienes inútiles.

Es ya tiempo de olvido.

Quizás, amor,
me deje de tu bello rostro
y me abata en naufragios
de desaparición.

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