Casa de subastas

Como una página abro la vida esta mañana
y soy pájaro huérfano
sin jaula o rama precisa.
No entiendo los grafismos
que hilvanan los minutos,
no entiendo el guirigay de ilustraciones;
es todo tan hermético, tan críptico...

Recuerdo entonces tus pupilas
conteniendo la noche,
el cielo suspirado,
el pálpito en las yemas de mis dedos
y una hondura de espejo
que me es grata.

No entiendo cómo el tiempo sucede
y yo lo desperdicio serena,
mansamente,
como esos derrotados
que ya son de por muerte
la justa inexistencia de la nada.

Quizás fuera el momento
de soltar todo el lastre
con su peso de máscaras y cosas,
llevar a aquella casa de subastas,
que tú y yo conocemos,
los libros, los óleos y las cartas,
y hacer un nuevo intento
de vuelo sin destino
a ese lugar que a veces
nos regaló el abrazo.

No entiendo el rompeolas
que hoy es mi biblioteca,
no comprendo los cuadros
que envuelven mis paredes,
ni ya me reconozco
en los gestos nerviosos
de mi caligrafía.

Sobre mis manos...
quizás debiera hablar sobre mis manos.

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