Rafael Pérez Estrada

La cara de la mujer que se asomaba a la carta era de auténtico vértigo, estaba colgada del margen superior y no podía apartar su mirada de un paréntesis que decía: «(la amante de la O)». No tenía más apoyo que el borde de corte superior del papel, y hacía equilibrio sobre su vientre que, a causa de su peso y por efecto de su movimiento, le producía una incisión limpia y finísima que dejaba correr un hilillo de sangre que se deslizaba sobre el texto.
Asomarse a una carta puede traer graves consecuencias, pero una mujer en tales circunstancias es profundamente bella. Sus piernas colgaban por el envés y los zapatos estaban fuera de los talones -eran de color corinto-. Sus medias rosadas presentaban una hermosa carrera que partía del entremuslo izquierdo y se remansaba en las corvas de las rodillas. No sé bien si definirla como «una mujer que se asomaba a una carta» o «una mujer con una carrera en la media»; en todo caso, da igual, absolutamente igual.
En uno de sus equilibrios, notó cómo el cuerpo se le seccionaba en dos partes bien diferenciadas. No sintió dolor, pero se cayó de la carta.

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