El acordeonista ciego

En la esquina de siempre,
donde la calma suena,
quiero sentarme a oír
cómo mira la gente.

Si notases que el frío
me atesora en la sombra,
no me arrojes monedas
porque serán de lástima.
Ríe entonces
y sentiré el calor
que precise mi cuerpo.

Mi música es tu tristeza.

Corrígeme si al caminar
tomo la dirección de casa,
que allí no está el final.

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