La gran ilusión

Tengo algo que decirte,
y no puedo esperar
a que crezcan las palmas
en un desierto ajeno.

Escucha,
pues en mi voz dormitan
trochas verdes sin límites
y sólo en este instante
desanudo mi boca
de su sed y te hablo:

Reanudarán los mares
su tarea de peces,
morderemos las frutas
y en las adormideras
sestearán nuestros cuerpos
una tarde de lluvia.

Tú vendrás de las parras
con las uvas del fuego
para hacer una hoguera
que desabrigue al frío;
Yo habré dado comienzo
a un mundo extraño,
nuestro,
en el que no haya sombras
que puedan molestarnos.

Me mirarás al centro
-no a los ojos-
y tendrás la certeza
de que soy para serte
hasta que quiera el tiempo.

Sentados bajo un olmo,
sin nada que ponernos,
declinaremos juntos
hasta el último gesto.

El mundo será entonces
para empezar de nuevo.

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