Soy todas y cada una de mis contradicciones

Soy todas y cada una de mis contradicciones. Ellas me atan a lo humano y conforman el fulano que soy y el que parezco. Y es importante que sea así, que mis contradicciones existan y yo sea absolutamente consciente de ellas para seguir en este camino incierto y bellísimo de la vida. Y, ¿por qué no?, me encanta ser como soy: Gritar contra la injusticia y vestir de marca o pelear por una segunda vivienda para mi gente, estar por la causa de la izquierda y querer ser un empresario rico –y que no se me logra–, escupir contra cierta literatura y gozar de sus ventajas, poner carteles a favor de la libertad de copia y militar de número en la SGAE y en ARCE para cobrar algunas pesetillas por lo mío, reírme de Dios mientras le busco y le niego a la vez, estar por la escuela pública y militar en la cosa de la privada... un caos, ¿no? Pero me parece que lo importante no es que exista la contradicción, sino saberla, asumirla y decirla sin rubor. Sí, yo soy un tipo que vive en y para la contradicción. ¿Pasa algo? Y el que esté libre de culpa, que tenga los cojones de tirarme la primera piedra –seguro que su lanzamiento sufriría el efecto boomerang y le daría en el mismo ojo del culo–. No hace mucho que me leí –no sin dificultades de atención, tengo que reconocerlo– «Sobre la contradicción» de Mao Tse-tung, rematando el asunto con un jodido dolor de cabeza y un lío mental de tres pares de cojones. «...primero, la contradicción existe en el proceso de desarrollo de toda cosa, y, segundo, que el movimiento de los contrarios se presenta desde el comienzo hasta el fin del proceso de desarrollo de cada cosa.». Bien, hasta aquí Mao me suma razón desde su definición del «materialismo burgués»: soy, por tanto, un burgués materialista. Y luego Engels: «Si ya el simple cambio mecánico de lugar encierra una contradicción, tanto más la encierran las formas superiores del movimiento de la materia y muy especialmente la vida orgánica y su desarrollo. [. . .] la vida consiste precisamente, ante todo, en que un ser es en cada instante el mismo y a la vez otro. La vida, pues, es también una contradicción que, presente en las cosas y los procesos mismos, se está planteando y resolviendo incesantemente; al cesar la contradicción, cesa la vida y sobreviene la muerte [...] Tampoco en el mundo del pensamiento podemos librarnos de las contradicciones, y cómo, por ejemplo, la contradicción entre la interiormente ilimitada capacidad cognoscitiva humana y su existencia real sólo en hombres exteriormente limitados y que conocen limitadamente, se resuelve en la sucesión, para nosotros al menos prácticamente infinita, de las generaciones, en un progreso ilimitado...». Por tanto, según Engels, soy normal.
Hay que perdonarme, en todo caso, que me haya tomado la libertad de utilizar las propuestas «genéricas» de Mao y Engels en un plantemiento de individualidad, que entra casi en un contrasentido –contradicción, ja, ja, ja, ja– con los fines que ambos buscaban en su proceso racional: la utilización de la contradicción para argumentar la lucha del proletariado, dicho de una forma excesivamente simple. En fin, que mi realidad contradictoria es absolutamente vitalista, o eso me parece a mí; que me hace nadar en aguas turbias y que de esa lucha por salir a flote nace algo muy importante para mí: la reflexión sobre mi forma de estar en el mundo solo y con los demás y el camino de un conocimiento que no sirve para demasiado, pero que va ayudándome a tragar las horas. Es algo parecido a esa actualidad que se llama «antiglobalización» y que utiliza los medios «globales» para crecer y multiplicarse, circunstancia que me parece tan correcta como que un individuo aproveche sus contradicciones para crecer –hasta en lo moral, que ya tiene cojones– y multiplicarse. A mí me encanta mirarme desde afuera, como quien asiste al espectáculo de un circo de pulgas con su mirada cenital: ser la pulga que actúa y a la vez el espectador que la observa. Esa mirada exterior me da perspectiva y me hace menos importante para mí mismo y para los demás, pero me enriquece en autoconocimiento hasta porder decir: «soy un mamón, un indecente, un gilipollas, un tipo indigno y mentiroso... pero también soy divertido, ocurrente, amable, sensible... soy bueno y malo a la vez, tonto y listo, egoísta y generoso... La vida, al cabo.

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