El idioma

Es tan importante el idioma [‘propiedad privada’ es el significado original del término griego], que además de servir para nombrar, y por tanto para dar existencia a las cosas que nos rodean, sirve para tener consciencia del mundo, para comunicar nuestros sentimientos y recibir los de los demás, para conservar la historia pequeña y la grande, como potencia creadora en campos tan magníficos como el arte o la poesía, para armar la evolución social en base a uso [el del idioma] filosófico, para edificar nuestro pensamiento complejo, para rememorar y hacer revivir lugares y gentes en mentes que no las conocieron, para amar y odiar, para agredir y perdonar… Si nos detenemos a analizarlo, nos percataremos de que pensamos en nuestro idioma, de que sentimos con él, de que amamos en él y por él, de que somos en función de sus limitaciones y de sus caminos por hollar.
También el idioma nos aporta cierta trama de automatismo que nos hace en cierta forma el carácter a los que lo compartimos en uso y costumbre, y eso es realmente peligroso, pues se pierde el valor neto de la palabra y su idea, adormeciendo y hurtando la grave potencialidad expresiva y significativa que posee.
Es jodido caer en la red de lo automático [esa historia de repetir frases, actos, hechos… sin saber por qué lo hacemos, habiendo olvidado la necesidad original que los planteó]. Ese automatismo es muy bien aprovechado por los medios de masas, por los gobiernos poderosos y por las empresas globales como pauta hacia la alienación de los grupos humanos y de los individuos… por ello es preciso que empecemos por ser muy cuidadosos con lo que decimos y con la forma en que lo decimos… a la vez que exigir encarecidamente a quien nos habla o a quien nos ofrece un discurso grupal, que sea absolutamente meticuloso con el idioma, de tal forma que todos y cada uno de los receptores sean/seamos capaces de procesar con garantía tanto lo preclaro como las trampas buscadas o ya instaladas en el proceso automático.
Para lograr tal utopía [juego con imposibles, pues cualquier utopía lo es], es preciso que la formación de nuestros hijos vaya dirigida con empeño y vigor hacia ese conocimiento del idioma y sus usos, que lo demás debe ser fruto de la propia curiosidad [o de la ajena], y dejarse de esas zarandajas modernas de tecnologías, musica, plástica y educación física [otra cosa sería armar esas materias en función del mejor aprendizaje del idioma, sin exigir contenidos, pero exigiendo ‘expresión’ y conocimiento exacto de vocabulario específico].

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