La verdad es justo el revés de la tram

¿Pienso porque existo o existo porque pienso? Quizás en esta pregunta se encuentre el filo que vierte hacia dos hermosos abismos en los que no queremos caer: el del pensamiento a partir de la existencia o el de la existencia como causa voluminosa y viva del pensamiento. En el primer supuesto es necesario un ente creador de la existencia, mientras que en el segundo es el propio sujeto el que crea su condición existencial. Yo me quedo indudablemente con la segunda opción a sabiendas de que nado en un mar de incertidumbre.
Existo porque pienso, creo porque pienso y el mundo a mi alrededor existe porque soy capaz de pensarlo… También me gusta de esta elección la potencialidad que contiene en la decisión de desexistir, ese ‘yo me hago y, por tanto, yo puedo deshacerme’ que pone un hierro candente sobre mi paso, y lo hace arriesgado y bello. Dependo de mí, huyo de mí, me acerco a mí o reniego de mí.
No es necesaria la idea de Dios si no considero esa necesidad en la carrera de hacerme, porque mi decisión es la que modula, la que eleva, la que es susceptible de desaparecer o desaparecerme.
La verdad es justo el revés de la trama.

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