Flaubert

Decía don Gustavo Flaubert que la tristeza es un vicio, y tenía razón, sobre todo cuando se vive la tristeza como una estética llevada en los ojos. Yo conozco a demasiados ‘tristes’ [yo mismo ando esas trochas] y puedo aseverar que es un vicio peor que el del tabaco, aunque un vicio con alta consideración de belleza en nuestros cuerpos decadentes.
A la tristeza se puede llegar desde el dolor físico o psíquico [es la más trágica, aunque no la menos bella], desde el justo desencanto [es la tristeza más común de la mediana edad y suele ir unida a una notable capacidad de raciocinio] o desde el planteamiento filosófico del trasunto eterno de los principios, los tránsitos y los finales.
En el estado de tristeza, provenga de donde provenga, no se vive mal, pues es el territorio de los hermosos vencidos, un territorio en el que dejarse llevar sin entender más que la justa meta. Allí reina el hacer tranquilo [sin el estorbo del fracaso o del éxito], la armonía de gestos y palabras, la mirada como cansada pregunta que no espera respuestas, la simplicidad que da clarividencia sobre los asuntos del mundo y los hombres…
El triste sabe perfectamente que no va ningún sitio que no sea la muerte, que es absolutamente vulnerable [pero no importa], que no sirve para nada la capacidad de hacer y deshacer porque todo está ya hecho y deshecho, que esperar es un magnífico estado de la carne que lleva, que el contraste es absolutamente necesario y que implica más dolor que placer en su resumen, que hay una nada que habitar y hay que hacerlo en simbiosis con el cero… y por ello goza de su tristeza, y por ello es poseedor de la capacidad de reír o de no hacerlo…
El triste que sonríe es, quizás, la más feliz criatura de la Tierra.

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