Severo Sarduy

Siempre sentí una debilidad especial por los sonetistas contemporáneos [aunque hay pocos que merezca la pena reseñar], pues siempre me entrené con sonetos en la búsqueda de la música y el ritmo en el poema. Hoy recalo sin querer [azares de enredar en mi biblioteca] en un sonetario muy de mi gusto y en un autor que me fascina: el poemario es “Un testigo fugaz y disfrazado”, y el autor responde al nombre de Severo Sarduy. Tiene un soneto que le viene muy bien a estas páginas, pues su título es ‘Página de un diario’, tanto como a una idea de la muerte que comparto:

Pasado, todo el día, en el complejo
trámite funerario. No es la muerte
lo que derrumba con su hachazo –fuerte
así es el hombre–, sino el turbio espejo

que nos tiende. Si su mercurio muestra
tetanizada de dolor y miedo
una cara deforme o el remedo
de una cara –un borrón–: eso es la nuestra

devuelta a su verdad por la guadaña
que no ahuyenta la fuerza ni la maña.
Es su brasa te alumbres o te quemes,

que no sepa, ni en sombra, lo que temes,
ese dios que veneras y encareces.
Porque eso mismo te dará. Y con creces.

Como curiosidad, suyo también es un soneto que lleva por título “Que se quede el universo sin estrellas” y que no tiene nada que ver con la canción que todos conocemos.

Comentarios

  1. Cien sonetos me explotan en el pecho, escribía Álvarez Merlo, un poeta de mis comienzos poéticos cuando Antorcha de Paja y cuando la poesía era todavía letra sublimada y no cocktail y piscolabis y cervecita fría. Luego llegó, en la intimidad, el soneto. Me embarqué en ese proceloso oleaje de escribir con las matemáticas en la cabeza. Vi, en el fondo, que el espíritu tiene también su geometría y disfruté mucho en el intento. Baldío, Luís. Admiro al poeta sonetista por encima de todas las cosas. Admito a Borges, por encima de todo. Sus sonetos. Ahí tal vez empezó mi amor absoluto por la poesía. Saludos, my friend.

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