Isabetta

Isabetta viajó hace un par de meses hasta Bagdag acompañada de Boccaccio con la clara misión de moderar la ira hacia sus hermanos, asesinos de su amante.
Al llegar la pareja a la grosera terminal de arena, dirigida por militares norteamericanos, fueron cacheados con rigor y malas formas –los norteamericanos siempre dieron ejemplo de malas formas allá donde pusieron sus pies bien calzados–. Mientras les cacheaban, un teniente irakí revolvía en sus maletas con desgana… hasta que encontró un enorme vaso cerrado herméticamente conteniendo una cabeza con gesto dulce… El teniente gritó despavorido y se armó un generoso revuelo que permitió que Isabetta y Boccaccio se perdieran entre la multitud.
Hoy, Isabetta, de vuelta a Italia, ríe por haber perdido dos veces a su amante, una en la celosa ira de sus hermanos y otra en la terminal de entrada del aeropuerto de Bagdag.
Boccaccio me contó ayer que su locura es dulce… y hasta feliz.

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