El valor de la poesía

Muchas veces me pregunto cómo puede medirse el valor de la poesía, tanto en lo individual como en lo colectivo, cómo un poema puede hacerse grande para el creador y cómo y por qué ese mismo poema triunfa o fracasa en el juego social.
Como individuo que escribe y muestra sus cosas de vez en cuando, siento enseguida si un poema funciona para mí, y es curioso que ese sentimiento nunca viene dado por una propuesta original o rompedora, por una forma específica y trabajada o por un magnífico golpe de riñones... siento que el poema funciona sólo cuando ha sido capaz de acercarse a decir justo lo que yo quería decir, sin importar cómo ni de qué manera lo he dicho. Es, por tanto, fundamental el fondo del poema siempre que se refiera al autor y vaya sólo para él. Cuando el poema decide viajar, ya es otra cosa, pues no hay quien entienda las corrientes de opinión y los gustos estéticos con garantía de saberlos penetrar con éxito. Con otras palabras, cuando el poema decide viajar, ya estamos hablando de estrategia de mercado y no de creación, y ahí la forma y la presentación son fundamentales –tanto como dominar las buenas relaciones con los grupos de poder–. Este punto es imprescindible tenerlo en cuenta para, como poco, hacer llegar el poema a los ojos necesarios que ya, por fin, puedan leerlo, sopesarlo y aprobarlo o condenarlo. Los poetas que creen en su poesía y deciden sacarla a la luz, deben trabajar para atravesar infinitos filtros que poco o nada tienen que ver con lo literario y buscar ese punto relacional que los haga permeables.
Hace un par de días, Sergio Gaspar me explicaba su visión del asunto e ideaba la forma más rápida de lograr el éxito y el reconocimiento. Decía, más o menos, que primero hay que agruparse con otros cercanos de parecida sensibilidad a la tuya, ponerle nombre al diablo –buscar un enemigo muy nombrado al que destruir y suplantar– y atacarle hasta acabar con él para, con decisión, ocupar su sitio... pero esto no hace que tu obra sea buena o mala, y quizás ni que sea reconocida sino por tu boutade guerrillera y por tus gestos de payaso mediático: Eres bueno porque dices y haces gilipolleces; no por tu trabajo creativo –claro, que lo uno puede llevar a lo otro y se debe medir si las ganas son tan grandes como para tal sacrificio–.
Visto esto, yo me voy conformando con mi satisfacción particular y con pillar alguna que otra migaja cuando se tercia, pero guardando siempre las distancias.

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