Esperar como una novia

Esperar como una novia a que algo suceda termina siendo el arte y la literatura para mí. Que algo suceda sin que yo lo motive ni tenga la necesidad de hacerlo, sin que me forme y me vista de campaña para la búsqueda, sin que sistematice mis horas de percepción, sin que le ponga plazos a la palabra ‘entender’ ni límites a al sentimiento ‘gozar’. Esperar en cordialidad con el tiempo, aceptándolo. Esperar al estupor en la esquina, junto al portal de siempre, para besarlo en la boca al anochecer. Esperar con pasión, conformando una pequeña mística de la espera. Esperar a que todo se organice y se desorganice ante mis ojos quietos y ávidos. Esperar sin fatiga, sin estar alerta, presintiendo lo abstracto en lo más común. Esperar a que los sucesos se acoplen a mi modelo estético o lo hagan estallar en mil pedazos. Esperar sin que la espera sea profesión… que sea solo actitud. Esperar sin buscar exclusividad en lo que llegue [esperar para compartir, coño]. Esperar sin violencia de gestos y sin actitud de resultados. Esperar, en definitiva, a que todo se modifique solo, porque todo es capaz de vivir al margen y por su cuenta y hemos de tomarlo a sorbos y, siempre, para nuestra satisfacción.
Esperar a que la muerte llegue cuando le dé la gana y no me pille por sorpresa, sin haber sabido esperar lo justo y necesario.
El placer de esperar sin que exista insatisfacción es algo que se debe aprender si se quiere tener la sensación de una vida completa [y es que quien espera no es indiferente].

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