ESCRIBIR

Escribir en este tiempo de ratas es fácil y a la vez muy complicado. Todo depende de cómo se aborde el trasunto de las palabras y con qué intención. Si la cosa va de publicar y epatar, no hay ningún problema, sólo tienes que mamar las pollas precisas y escribir exactamente lo que esas pollas quieran que escribas y cómo desean que lo hagas –es conveniente buscar a algún escritor de «enjundia política» muy bien colocado por dorar las píldoras mediáticas que le convienen a los partidos más poderosos y cartearse con él apoyando sus artículos de prensa, ensalzando su libros últimos y primeros y mostrando una admiración que ofrezca sumisión total; de ahí llegarán tus primeros trabajos para revistas especializadas, tu asistencia a cursitos, talleres y congresos como becario/a y, después, ponencias pagadas, conferencias, recitales, publicaciones conjuntas, premios magros y publicaciones individuales escaladas en editoriales diversas que con el tiempo serán de más calado... Dinero, al fin y al cabo, por palabras sicarias–. Este modo de llegar a ninguna parte es el rápido y el más infame, el que siempre pillan los jóvenes ambiciosos que quieren llegar rápidamente a comerse un trocito de la hedionda tarta del poder pseudoliterario. Muchos de estos tipos ya tienen sus libritos en editoriales mediáticas y algún puesto de importancia media en fundaciones importantes o instituciones culturales. Sus poderes siempre los utilizan para buscar el favor y jugar al intercambio enmascarándolo todo con una pátina de intelectualidad relamida y con mucha cultureta de salón. ¡Lameculos!, se enfangan con fiereza en defender su statu y, por ende, en defender la imagen, las ideas y la mierda escrita de sus mentores.
Otra forma de escribir, mucho más digna, es el disparo a quemarropa, sin formación alguna, sin equipaje de lectura, dejando correr las ganas a campo abierto y equivocándose en casi todo mientras se piensa en el «yo» como algo único e incomparable, mientras se tiene montado un mundo imaginario en el que se es el adalid e la originalidad y de la mejor dicción con contenido. Estos escritores de hambre son pesadísimos para los demás y muy difíciles de llevar y aguantar. Casi todo lo que escriben es malo de atar, mientras se empeñan en defenderlo a muerte ante el «sursum corda». ¡Infelices tipos primarios! Hay tantos.
Y luego está la escritura callada, ésa que nace de la razón y la experiencia, la que se alimenta de sensibilidad o rabia, la que contiene el poso de la vida y de mucha lectura anterior, la que no antepone el término «publicación» a la necesidad de decir y al impulso creativo, la que no nace de una preocupación por ser o por estar. En este espacio es donde nace y crece el escritor verdadero, sea bueno o malo, porque también hay malos escritores verdaderos que son mucho mejores que algunos de los más destacados escritores mediáticos.
Mi problema ante lo dicho es que no sé dónde estoy ni cómo estoy. Y, lo peor, no sé hacia dónde dirigir mis pasos. Estoy hasta los cojones de titubear.

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