Alberto Hernández

Existe una hermosa tragedia que tiene que ver con la duda y la certeza, con la verdad de la duda y con el error de la certeza. El hombre que ama intensamente debe ser campo trillado a una duda que duele, y el hombre que ama con certeza se equivoca decididamente en esa dirección. Sucede lo mismo con la creación, la misma tragedia de error y dolor. Y no tiene que apartarse el gozo de tan circunstancia, y por ello es una tragedia hermosa, ¿verdad, amigo Alberto? –hablo hoy contigo y para ti porque necesito un interlocutor atento en mi soledad; perdona que te use, amigo–. No saber que lo que se crea con intensidad y desasosiego es exactamente descubrimiento o magia [duda, siempre duda] o asertar firmemente que lo es [certeza/error] hasta caer en la cuenta de todas las carencias que contiene, que contenemos... y luego hundirse. Sí, una hermosa tragedia, Alberto, en la que crecemos y vamos anotando cada arruga de vejez en nuestros rostros.
De ese celo, que es la duda, nos acaba siempre amaneciendo el paso siguiente, un paso exacto al anterior que nos lleva a avanzar tímidamente... pero a avanzar. De aquella seguridad, que es la certeza, nos llega la niebla gris que nos hace perder el norte y, acaso, dar pasos atrás o caer a un precipicio sin vuelta.
En todo caso, Alberto, debemos preguntarnos qué ganamos y qué perdemos, qué dejamos en el camino y qué nos llevamos puesto sobre los hombros en este viaje desde la nada hacia la nada. Quizás lo importante sea el camino y no los pasos ni quien los perpetra, dejar la trocha limpia para el siguiente que quiera pasar por ella o detenerse.
Respiro y me pregunto cómo he de amar lo que soy, Alberto, cómo he de darme/mostrarme al mundo si aún me siento inocente y, por tanto, absolutamente vulnerable. No te pido respuestas, amigo, tan solo hablo suponiéndote ahí porque necesito el muro que recoja esta voz que no sabe hacia dónde caer ni cómo hacerlo, y tú eres hoy el muro perfecto –lo has sido siempre– sobre el que lamentarse sin más por no saber crecer con la máscara puesta todo el día.
Quiero dudar, amigo, y me llegan certezas... Lo llevo chungo.

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