Fox

Fox, el perrito de Michel Houellebecq, no sabía ser feliz porque su ego era ilimitado, circunstancia rara y curiosa en un perro.
… Y el tiempo nos parece breve, tremendamente breve… pero pasamos por la vida sin alegría y sin misterio.
Ayer llamé a Michel –era tarde, quizás más de las doce de la noche–. Respondió después de ocho o diez tonos. Cuando espetó un “¿quién coños eres?”, le pregunté sin siquiera identificarme: ¿Crees que mereces la vida eterna?
Colgó sin más, pero tuve tiempo de escuchar los ladridos de Fox. Eran de rabia.

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