Matelda

Una Matelda necesitaba hoy, una Matelda que fuese capaz de enseñarme el paraíso a la vez que me incitase al baño en las aguas leteas para que todo fuese también olvido. ¡Es todo tan importante! Ja, ja. ¡Tan importante...!: No tiene la sopa el punto de sal y se jodío el día... ¡Por Dios! Y así una hora sobre otra, un día sobre otro, una semana sobre otra.
No saber determinar lo que realmente tiene importancia es perderse la vida en jodidas anécdotas que sólo pueden ser estrategia de la máscara. ¿Qué dirán?, ¿cómo lo dirán?, ¿con qué pensamiento me mirarán? Y me sale un poema nuevo para sumar o restar. «AMANECE EN RIMINI»: «De las uñas mordidas o de lo que amé / cuando los días no sabían acabar / porque eran luz y ocaso y a la inversa // me quedó como un batir de párpados / un pestañeo sepia o blanco y negro / que me hace y deshace / que me rima hacia adentro / en justa consonante // El mar que no vi entonces / era una piel ajena / llamando a lo interior como una química // ahora paz / antes guerras mínimas tan grandes / tan sin derrota / tan despiadadamente dulces // Yo y vosotros / no fuimos / apenas somos / todo y nada // Sábanas blancas frías / para un calor común / tan compartido / como el pan o los golpes // como el pan / o / los golpes.». Y se detiene ese rumor de nada porque el poema ocupa su lugar sin más ambición que la de la línea manchada de signos.

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