Vicente Huidobro

Como nada perdura, quizás el deseo contenga el placer que se le supone al logro. Y será mucho más intenso permanecer en el deseo que disfrutar lo limitado de la consecución. Eso, o procesar constantes realizaciones de deseos solapados que lleven a un continuo estado de bucle... ¿y seríamos felices así?... No lo sé, aunque no lo creo. Yo prefiero quedarme en el deseo de largo recorrido, el que deja rodar la imaginación y la alimenta. Y corro a buscar entre mi biblioteca a Vicente Huidobro, pues mantengo el recuerdo borroso de un poema que en su día me llegó con fuerza (...) Después de más de media hora de búsqueda, doy con él y sonrío. El poema de Huidobro se titula «Paréntesis» y me pide transcripción urgente, no sin hacer antes la consideración de que me molesta mucho a la vista y al oído la «forma» que lo ata: «Y tú, hombre de hoy, buscas la clave / de tus meditaciones graves, / estrujas tu cerebro / buscando el gran secreto / de todo el universo. / Hombre, para llegar a todo / ten más reposo, / sé más poeta, / deja a un lado tu ansiedad inquieta, / cierra los ojos ante el sol / -pon en el acto una serena unción- / y después de mirar un largo rato, / verás bajo tus párpados / un continuo girar de átomos. / Eso son todas las cosas en el Tiempo, / eso es todo, / eso es el Universo: / Un eterno girar contradictorio / a un punto fijo. // Medita, observa y otra vez medita, / ése es el único camino / que lleva a toda maravilla. // Busca el sentido de las cosas / que encantan tu mirada ansiosa, / búscalo por la parte sencilla. // Todas las cosas salen de la tierra / para volver a ella, / todo lo que es diario tráfago / y tus ojos encanta: / Los tranvías, los carros, / los coches, los caballos, / las lujosas y las pobres casas, / los castillos de cuerpos y de almas / salen de la tierra / a poner nuevas formas sobre el mundo, / a aumentar el tumulto, / a delinear siluetas en el aire / y volver a la tierra alguna tarde. // La vanidad que arrastra por las calles / su gran cola de armiño, / todas las majestades graves / que cruzan los caminos, / todo, todo / lo que viste de oro, / de mármol o de seda / viene de la tierra, va a la tierra. // ¿A qué tanto afanarse? / ¡Oh! Sí; es la vida que gusta engalanarse. / ¿No lo sabéis? es el Progreso, / el más noble acicate del cerebro. // Es tierra, solamente tierra / que da la Naturaleza, / es un pequeño alargamiento que ella / deja salir de sus enormes fuerzas / y queda aguardando que a su seno vuelva.». Y vuelvo a afirmarme en el deseo largo como mejor opción de vida... y también en el valor del riesgo constante que sabe medir el ser y desprecia el estar entre carcajadas... ¡Ojo!, me afirmo, pero me cuesta un horror tomar desisiones sin medir sus consecuencias, y ese pie apoyado en la tierra me da muchos dolores de cabeza. Por una parte pienso que si soy para desaparecer –igual que todo lo que me rodea– por qué no he de asumir cualquier riesgo, por grande que me parezca, en aras de un pasar gozoso, intenso y pleno... pero por otra parte considero la quietud y la calma como un estado ganso que le conviene a mi salud... ¿qué hacer entonces?, ¿a qué carta quedarse? Y, encima, en esta valoración siempre entra el entorno cercano, el del afecto, el de los lazos del amor y del cariño, y yo lo siento como una cadena pesada que tira de mí hacia atrás y no me permite asumir riesgos sin cierta seguridad de éxito... Y esa circunstancia no me permite crecer como yo quiero. En fin, un enredo que no acierto a devanar con confianza.

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