Y RECORRÍ MIS CORTINAS...

Y recorrí mis cortinas, las que me pongo en los ojos por las noches, y decidí cerrarlas para sentirme sepultado como se sepultan los hombres en la carne precisa de las hembras. Penetré en mi prehistoria sentado en el borde de la silla [que juega a ser el túmulo mejor para mis huesos] y estiré mis tendones buscando el calor húmedo del soportal sin límites. Mi reino es de otro mundo.
Pasó entonces por mi muerte pequeña la preñada mujer que lleva pantalones ajustados de color crema, y la hice ruborizarse con mis ojos mientras pensaba en sus desmayos, e imaginé sus brazos desnudos mientras el pedicuro le limaba las uñas de sus pies de almohada.
Un instante me basta para hacer el amor en la cabeza, un instante magnífico en el que todo es místico y bermejo, en el que hay obsesión inabarcable y un tic-tac en el pulso acelerado.
Pasó luego la mujer de la camisa negra mostrando bajo su botonadura el blanco de nácar de su piel y un sostén deshilachado… ¿qué contendría ese cáliz blondado, qué raíces, qué género de piel, qué blando tacto…? La dejé transmutarse porque advirtió mis ojos y me gusta el asalto sin defensas.
Y de pronto vi al ángel con su pozo de líquenes, con sus dulces medusas ofreciéndose a mí, inmóvil, hincado en el aire de enfrente con sus rodillas pudorosas buscando mi rara trashumancia, mi ser junco y sal, mi sangre haciendo el grumo, mi lengua sin remedio. Su boca transportaba todo el hambre y quería cambiármelo por mi sed.
No accedí sino a ser su pantano o a sudarle su fiebre… y me olvidó.
Ahora soy el alfiler que prende al insecto entre las alas, el idiota tendido que mira sus dominios pensando con desastre que va a perderlos pronto.
Mi cuerpo son las sábanas que me acogen… y mi alivio es el yeso del techo que me cubre.

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