SIGO EL SURCO

Es rotundo el otoño si apareces
y casi se hace obsceno si desistes de morder el dátil que te ofrezco.

Esta tumba se me va quedando pequeña,
pues desde ella se divisan las cúspides de miel
y todos los canales que te desinundan…
y la espuma que dejan las barcazas por tus ríos.
Es estrecha, pues no cabemos juntos,
y eso la hace inhumana.

Tendré que ir escarbando galerías y túneles
con mis dientes encogidos
para que brote el lecho
donde el ímpetu sepa profanar la ceniza.

Se niegan los poemas
y busco en la resina la palabra ‘laurel’
para que haga el amor con ‘sicomoro’…
y me miro las manos
[que están en estos días como invernaderos]
como si mordiese un limón verde,
y las hago descender hasta mis piernas
como hojas cayendo
mientras pienso que llueven sobre ti
y te enjoyan filtrándose en el pecho.

Soy un huerto sembrado con añicos de espejo,
una cabeza frágil sin guirnalda posible,
la ráfaga de viento de ayer que levantó una falda,
ese dies irae con sus furias ridículas
que se impulsa a sí mismo sin saber enunciarse.

Sigo el surco…
y los dedos van sembrando de escombros
los bordes del poema.

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