LA QUEMA DEL INVIERNO

LA QUEMA DEL INVIERNO
[a mi padre]

No fueron los azares,
sí la menta,
sí el mantel,
sí la resta de música en la boca.

No fue arder,
fue abrasarse de frío en los inviernos
entre aquel no poder
que aún nos corona
y este permanecer hecho de abrazos.

De entonces queda el padre siendo norte
para lo malo y bueno que viniese,
con su punto de sombra en las pupilas
para prestarnos vuelo y estatura.
Si sufrió, no se sabrá jamás,
pues fue sonrisa hasta en la decepción
y hasta en las lágrimas;
también fue la moral bien entendida,
el muro hasta las manos que flaqueaban,
el horario más laxo
y el dinero en domingos eternos y festivos.

Si el mundo naufragaba, él buscaba una isla a la que atarnos;
si la lluvia, era los soportales o el paraguas;
si el calor, la camisa regazada y una sombra de parra bien tupida;
si la muerte, siempre un abrazo fuerte y un «sigamos...».

Siendo ejemplo de amor, quemo un invierno
todas sus posesiones para darnos
este calor precioso que nos lleva
hacia donde queramos ir.

Ser padre y basta.

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