MIS MUSAS

A ellas les debo el elevarme a veces
o ser el zumo espeso,
a ellas la recuperación de las tormentas antiguas
con su aparato eléctrico timbrando en mis tendones,
por ellas siento algunos días todas mis nervaduras
y el latido impreciso de mis vísceras…
y con ellas me escondo en los cajones,
me tiendo en el camastro imaginario,
me abrazo en los rincones más oscuros
donde nada sabe su peso…

con ellas cruzo el vestíbulo y penetro en la alcoba,
con ellas siego las espigas del frío
que trae la soledad algunas noches,
con ellas encuentro cada página de carne y la releo…
y me siento suficiente, y las siento suficientes.

Juntos, nos desaparecemos sin quererlo y somos la luz y las serpientes,
jugamos en el aliento del jaguar y en el miedo del capibara,
buscamos la sordidez del mercurio en los días más roncos,
nos lamemos o brillamos a tientas en el pozo del pan y los libros.

El mal de ser mis musas
es que nunca recuerdan el torno que las hizo
o el soplido caliente que desplaza sus sombras,
no recuerdan sus límites
ni pueden apreciar la frontera insegura de mis justos dominios…
se perciben miradas aunque no están seguras…
y en su silencio notan esa presencia mía
de racimos y vaho sin saber precisarla.

De ellas tomo siempre los juncos de mis letras,
de ellas los insectos que liban las fragarias y los versos,
de ellas las palabras cilíndricas que mullen cada frase,
de ellas la fiebre y el amparo más telúrico…
de ellas las hormigas, el salitre, el aceite,
la flauta, el altar, los pájaros de invierno,
las mangas regazadas,
los puertos más seguros,
las lloviznas,
el fanal que me guía,
la silueta del mundo que yo quiero,
el estupor,
la duda…

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