Cuerpo mío

Afilado,
te culpas de ser estéril como la noche a solas,
te sientes entregado desde los labios
hasta el justo relámpago
que escondes en la alacena de los muslos.

Eres el tambaleo,
cuerpo mío,
extranjero de ti como ese viento que llega del oeste
arrastrando despojos,
casi hostil,
escueto,
insatisfecho.

Te miro con estos ojos de noche,
que apenas ya responden
al temido contraste de las horas,
y te percibo enredado palimpsesto,
abrupto y hasta oblicuo…
te veo sin memoria,
sin ese olor explícito a eucalipto que llevabas
mientras te perseguía la esencia de un amor inalcanzable.

Te culpas…
y aún eres el refugio para cualquier exilio de mí,
aún el hábitat donde me vuelvo turba,
el país con su mar exterior y unos rebaños pastando…
te culpas sin saber cómo boquean los peces
sobre la hierba reciente
o cómo mana la sangre del cuello del becerro recién sacrificado.

¿Mereciste alguna vez otra dimensión
o simplemente te basta ser un numen menor
que juega a transgredir desde las vísceras?

Contente,
cuerpo,
espera,
mira pasar el bólido mercurio de los hombres
frente a tus ojos quietos,
observa su ridícula pose de censores,
su extraña vocación por los obstáculos,
su juego despeñado por la desigualdad,
sus armas más comunes
[las manos hechas puños],
sus llaves para todo.

Espera en el embrollo de tu teclado viejo
a que despierten las palabras,
una a una,
para hacerte el difunto
y su aneja factura indescifrable.

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