Avec notre infini
Avec notre infini
Con nuestro infinito
¿Por qué no fui yo el ojo de la aguja
por donde apenas la razón asoma,
ni supe desconocerme en una mujer
quebrada a la orilla más mansa del Pisuerga,
haciéndome río con el río,
resto calcinado con la escoria letal de su estuario?
¿Por qué no amé en septiembre,
cuando un sexo cremoso
se me ofreció desnudo,
rojo,
incendiado...
y fui mortal conciencia,
sueño sólo?
Aquí, al lado justo de mi ventana,
se comen los amantes, se devoran
con sus lenguas voladas en saliva.
Sus vientres se confunden
y hasta mí llega el ácido
sudor de su batalla.
Justo al lado de allá de mi pared
suena el jadeo,
el cabalgar más húmedo
que pueda imaginarse.
¿Por qué no estás ya aquí?
Salvajes estaciones con sus cambios de luna
que sólo me traéis confundido el deseo
de ser el preciso asesino,
el violador borracho ahogado por su semen,
y siempre me ofrecéis un trago de conciencia
vestida de virtud que paraliza.
¿Por qué no permitís que me desate,
que se desate todo,
y se hagan los solsticios en carne sobre carne?
Mordido labio de la vida que sangras siempre
por el lado correcto,
¡púdrete!, porque en mi silla tengo el ataúd constante
y entre mis manos crecen blancas flores lascivas
y miel extrangulada.
¡Púdrete!,
pues ni aún el prostíbulo conozco
y sólo sé yacer con mis despojos.
Dime,
¿por qué ya no estás?
Con nuestro infinito
¿Por qué no fui yo el ojo de la aguja
por donde apenas la razón asoma,
ni supe desconocerme en una mujer
quebrada a la orilla más mansa del Pisuerga,
haciéndome río con el río,
resto calcinado con la escoria letal de su estuario?
¿Por qué no amé en septiembre,
cuando un sexo cremoso
se me ofreció desnudo,
rojo,
incendiado...
y fui mortal conciencia,
sueño sólo?
Aquí, al lado justo de mi ventana,
se comen los amantes, se devoran
con sus lenguas voladas en saliva.
Sus vientres se confunden
y hasta mí llega el ácido
sudor de su batalla.
Justo al lado de allá de mi pared
suena el jadeo,
el cabalgar más húmedo
que pueda imaginarse.
¿Por qué no estás ya aquí?
Salvajes estaciones con sus cambios de luna
que sólo me traéis confundido el deseo
de ser el preciso asesino,
el violador borracho ahogado por su semen,
y siempre me ofrecéis un trago de conciencia
vestida de virtud que paraliza.
¿Por qué no permitís que me desate,
que se desate todo,
y se hagan los solsticios en carne sobre carne?
Mordido labio de la vida que sangras siempre
por el lado correcto,
¡púdrete!, porque en mi silla tengo el ataúd constante
y entre mis manos crecen blancas flores lascivas
y miel extrangulada.
¡Púdrete!,
pues ni aún el prostíbulo conozco
y sólo sé yacer con mis despojos.
Dime,
¿por qué ya no estás?
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