RECREAR A LA MUSA [II]

Restituir la arena de tus costas
requiere la sordidez del corcho
que flota sobre las marejadas
e insinúa un futuro de árboles
y cierta agilidad de prados verdes.

Tomarte así es una fiebre, porque te ves velada,
y el cortejo de hacerte en cada curva
es casi como crear el mundo amparado en el fermento de la siesta.

Me gusta repetirte con el rumor de tus frutos caídos,
con el primor del huerto y el azar de la hoguera…
repetirte la nuca amortiguando el cuerpo,
repetirte los hombros recortando demoras,
repetirte esas hondas axilas refulgentes de fugas,
repetirte los pechos como discretas médulas
y el frutal agasajo de los pezones ciertos,
repetirte de caquis el vientre o de plátanos verdes,
repetirte la orilla del pubis como un balcón con hiedra,
repetirte el teatro del sexo con su olor a disparo y su blando proscenio,
repetirte las nalgas como un aquelarre de asombro,
repetirte los muslos apretando los dedos con la lógica de las columnas,
repetirte los pies como un humo de alfiles,
repetirte la boca,
repetirte los ojos,
repetirte el cabello con sabor de ventana…

y luego encender el incienso…
y soplarlo…
y soplarte…
y poner mi bandera.

Y al hacerte de nuevo, idear el paisaje,
los caminos, el páramo, el cielo…
y pintarte unas nubes de grama
y una lluvia de hilos de fresno
y un gentío de Brueghel al fondo
y una isla con barcos y eneldos…

y una luz cenital que, apagada,
sume piel sobre piel,
ponga sexo en el sexo,
guarde el mar de salivas…

y un cerezo.

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