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Mostrando entradas de noviembre 9, 2008

No ‘se ve’ nunca una cosa la primera vez

Decía Pavese que «para expresar admiración se dice que una cosa se parece a otra. Confirmación del hecho de que no ‘se ve’ nunca una cosa la primera vez, sino siempre la segunda: cuando se transfiere a otra...». Es curiosa esta reflexión, aunque no acierto a dejarla cerrada del todo en mi cabeza. Admiro por comparación, claro, y eso puede entrar dentro del apartado del «no me cabe duda», pero no sé si eso implica que no sea capaz de ‘ver’ una cosa por primera vez. Todo este lío llevado al campo de la poesía puede tener una lectura harto interesante: cuando escribo admirado [en todos los sentidos del término] sí que estoy mirando por segunda vez, pues llevo lo observado o vivido a una forma, recreándolo, dándole un valor más alto [o intentándolo, que pocas veces se tiene esa pericia] a lo sentido/vivido. Es decir, cuando escribo pongo en valor la experiencia que me lleva a la escritura, y eso la enriquece en mí y juega con la posibilidad de enriquecer a otros. ¿Escribir poesía, entonces

John Carey

John Carey afirma que «el elemento fundamental de toda literatura es la imprecisión»... ¡Joder, tío, totalmente de acuerdo! En ese concepto llevo años moviéndome, discutiendo, pensando, conjeturando y divagando. «Imprecisión», es la justa y jodida clave, una clave a la que yo siempre he llamado «indicio», pero es mejor nombrarla como «imprecisión», es más comprensible. Esa imprecisión es la que desarrolla la imaginación del lector, la que le da vida y la que hace que crezca la creación de otro como suya propia. En la imprecisión se comparte creación entre el autor y el lector, y esa cadena es prolífica y verdaderamente valiosa como herramienta de crecimiento intelectual. A esa imprecisión es a la que me refiero cuando critico la poesía descriptiva o la literatura realista llena de exhaustivas y agotadoras descripciones, a eso me refiero cuando reniego del poema cerrado. Sí, de acuerdo: ¡El mayor y mejor valor de la literatura es su imprecisión!

El dado

Como lanzar un dado al aire y detenerste a pensar en lo que realmente quieres guardar de ese suceso... guardar su empuje hacia arriba, cuando el dado contiene aún tu ímpetu, el espíritu con el que lo impeliste... guardar el justo momento en que tu fuerza muere y el dado queda detenido un instante, como flotando... guardar su caída, el alma que es atraída por una fuerza inexplicable... guardar el número que aparece en su plano superior al detenerse sobre el suelo. ¿Cuál de estos sucesos es más real?, ¿cuál es más trágico?, ¿de cuál de ellos puedes obtener más grado de satisfacción? El dado es real, tangible... su elevación es mensurable... su caída predecible... el número mostrado responde a cierta física... Así es la vida y las diversas interpretaciones que de ella hacemos los hombres... como un dado, como un pequeño dado lanzado al aire. ¿Y la poesía? La poesía nace cuando imaginamos ese dado de niebla, de humo o de agua e intentamos darle una existencia viva... ¿Y el arte? Es detener

John Dewey

Alberto, lee lo que acabo de pillar en un texto de John Dewey, uno de los más reputados teóricos norteamericanos sobre estética: «Cuando la estructura del objeto es tal que su fuerza interactúa felizmente (pero no con demasiada facilidad) con las energías que surgen de la experiencia misma; cuando sus afinidades y antagonismos mutuos colaboran para producir una sustancia que se desarrolla acumulativa y certeramente (pero no con demasiada regularidad) hacia la plenitud de los impulsos y las tensiones, entonces, sin lugar a dudas, estamos ante una obra de arte». ¿Qué te parece, amigo?, ¿el señor Dewey sabía de lo que hablaba?.¿Cómo se puede definir desde tal reputación con esos paréntesis de «(pero no con demasiada facilidad)» y «(pero no con demasiada regularidad)»? El tipo viene a decirnos que el arte está en cierta dificultad de la creación y en no abusar de esa vena creativa. ¿Es que el que descubre una hermosa vena del arte y la explota con facilidad y con frecuencia no merece el ap

Hobbes

La idea del individualismo que alumbró Hobbes ponía a la sociedad en un lugar que me gusta: «La sociedad es simplemente un instrumento que nos ayuda a proteger ciertos derechos y a producir algunos bienes en mayor cantidad». Sé que la proposición peca de simplista y, por tanto, admitiría millones de argumentos en contra, pero me gusta a rabiar. El individuo como responsable íntegro de su moral y su ética, generador de derechos y usos, y generador de una secuencia de libertad [o hacia la libertad] que muy bien podría entroncar con la idea de «hombre» como posibilidad única y lanzado a la vida. Hombre para escojer y decidir, para avanzar o retroceder... y nunca «hombre» en función de lo social, sino en función de lo individual. Desde esta persepectiva –bastante más trabada, por supuesto– deben desaparecer los valores preestablecidos y fijados por el pasado social y ser enunciados de nuevo con la magnífica capacidad de ser susceptibles de los cambios –por razón demostrada– que les aplique

La universalidad de lo individual

Cuando el pocholo Baudelaire andaba a la greña simbolista metiéndole misterio a lo suyo, no sabía que un tal Moréas iba a definirlo como «Ennemie de l'enseignement, la déclamation, la fausse sensibilité, la description objective» en una suerte de manifiesto grandilocuente que poco tenía que ver con la justa realidad y tendía a separar a las gentes de pluma o/y pincel en apartados estanco que nos traen a un mondongo día de hoy en el que nadie sabe dónde está, de dónde viene o hacia dónde camina con sus pasos pictóricos o literarios. Sí, bien, de acuerdo... eran tipos interesantes [todos, coño, todos... los simbolistas, los materialistas y sus consiguientes putas madres... todos]... y el pocholo Baudelaire se quedó como pasmado, con una cara de zangolotino que se nos ha quedado puesta para siempre a los que, después de leerlos y disfrutarlos con la vista, nos ha dado por andarnos la vida con estos remilgos creativos. El arte y la literatura son eso: arte y literatura, sin más pollas

Edmund Husserl

He leído a trompicones, pero apasionadamente, los cuatro volúmenes de «Investigaciones lógicas», de Edmund Husserl, en los que se desarrolla toda la teoría de la reducción fenomenológica para llegar a la esencia. Y es de una complejidad simple [no entran los dos términos en contradicción porque no me da la gana] el llegar a la conclusión de la «epokhé» [guardo lo conocido –mejor lo ya sabido– entre paréntesis mentales y me quedo con la esencia]. El problema surge cuando un tipo como yo intenta poner en práctica lo que «el palabro» enuncia... No sé hacerlo, no sé poner entre paréntesis lo que ya sé para intentar llegar a la esencia... y me quedo frustrado. Entiendo el proceso, comprendo la teoría de la reducción fenomenológica, pero no sé utilizarla ni aún llegando a un grave estado de «extreñimiento» de tanto darle vueltas. ¡Bah! Admito que admiro a Husserl, pero siento que necesito filósofos que hagan fáciles mis procesos interpretativos. Me fumo un cigarro y pienso.

La posibilidad

Sólo me cabe la «posibilidad», pues estoy vivo en la medida en que encuentro abiertos sus caminos para hacerme [no para deshacerme], porque morir es estar hecho. Y vivo con intensidad porque soy consciente de que puedo elegir, es decir, porque me siento libre de poder elegir. ¿Cómo puede imaginarse un hombre que no sea proyecto hasta la muerte misma, un hombre sin posibilidad de elección? A mí me resulta imposible imaginarlo. Hasta el hombre privado de todo puede escoger entre reír o gritar, entre morir o sobrevivir... Hasta el hombre condenado a muerte tiene su mente para valorar posibilidades y escoger entre ellas. Y es de ahí de donde emana la libertad, que no es otra cosa que saber que cuentas con una baraja de posibilidades y puedes elegir entre ellas. Claro, esta valoración de la libertad no concuerda, si la miras bien, con ese ideal grandilocuente con el que todos gritamos la palabra «libertad». No existe así, no. Y luchar por lo que no puede existir es darse de narices con un m

lo combativo de mi poesía

Ando engolfado, Alberto, en explicar lo combativo de mi poesía para dejarlo escrito y que no se hagan interpretaciones ajenas a mí intención, como más de una vez ya han hecho algunos críticos, hasta el punto de no reconocerme ni en los trazos de mi obra como base de sus argumentos peregrinos, ni en lo que terminan afirmando sin conocimiento alguno de causa. Afirmo mi interés decidido por lo confesional enmarcado en una expresión simple y clara; lo confesional como hilo conductor de una experiencia personal de vida que deje un latido de mi mundo prosaico unido al devenir de una sociedad que me ha colocado justo donde estoy: Desde mi tacto directo intento mostrar el decorado de un sistema que corresponde a mi tiempo, un decorado en el que cada día y cada noche represento mi papel y que considero que debe ser esbozado poéticamente y éticamente como percepción directa e individual de un tipo que pisa la calle en estos días. Por ello apenas toco temas que me sobrepasan o se salen de mi círc

profundamente ateo y gozosamente existencial

¿Cómo he llegado a ser profundamente ateo y gozosamente existencial? Sinceramente, negar la existencia de un dios es fácil y, además, los hombres de dios te ponen el camino diáfano. Otra cosa es demostrar y demostrarse que no hay un ente anterior y creador y, a la vez, posterior y destructor. ¿Cómo demostrar lo que no existe si no hay parámetros a los que atarse? En este caso sólo se puede argumentar en la demostración la idea que el hombre se ha hecho del concepto «dios», y desde ese punto también es relativamente fácil llegar a la conclusión deseada, la que se quiera, por supuesto, que es cuestión de retórica y no de «verdad». Ser ateo, en todo caso, es mucho más difícil que ser creyente, mucho más peligroso y mucho más incómodo. Mi ateísmo niega la existencia de un dios y se preocupa de forma individual por los negativos efectos de esa creencia en las personas de mi alrededor que, por ella, pueden inducir variables en mi existencia que no quiero. Es decir, dios no existe, pero su id

Edward Burne-Jones

Hay un retrato femenino inacabado de Edward Burne-Jones, que lleva por título «Hope», en el que me detengo con frecuencia cuando miro un libro de arte que guardo en mi biblioteca sobre el pintor [tengo marcada la página con un separador antiguo para volver a él cada vez que puedo]. Expresa mi ideal de belleza de una forma inimaginada: pelo rizado y rojo, recogido sobre las orejas, perfecta simetría en el rostro, nariz pequeña, ojos entre tristes y agresivos mirando a otro lugar distinto a mis ojos y con un arco de cejas inigualable, labios carnosos sugiriendo amargura mezclada con algo dulce, mentón redondeando una cara cuadrada, un cuello de vasija delicada, de corza, largo, interminable, llamando al beso... y una mano apuntada aguantando una pieza de fruta. El hecho de que el cuadro no fuera acabado por Burne–Jones le un halo de misterio que lo hace mucho más interesante. Me quedo siempre absorto ante esa visión de belleza tangible, ante la pregunta del pensamiento de la modelo, ante

Jean Piaget

Enredando en mi biblioteca me doy de bruces con una edición de Jean Piaget [«Lógica y psicología»] que me sirvió de apoyo durante el tiempo en el que intenté el estudio de la psicología en la Universidad de Salamanca animado por mi prima Mª Carmen, que inició esa carrerar y podía facilitarme los apuntes mientras yo llevaba mi negocio en Béjar. Pasando las hojas del libro me encuentro con algunas notas manuscritas de aquel tiempo en las que me hago preguntas y saco algunas conclusiones. Hay una que copio porque me ha llamado la atención sobre las demás. Dice: «Si la lógica da un lenguaje bien construido y la psicología necesita claridad en la expresión de sus estudios sobre la operatividad de la mente, entonces deben complementarse la lógica y la psicología»... El resultado de aquellos dos años en los que estuve matriculado en la disciplina de Psicología fue que lo apuntado en la nota no se cumplía ni de lejos, dejándome la idea clara de que esta materia es un invento fraudulento contra

Alberto Hernández

Existe una hermosa tragedia que tiene que ver con la duda y la certeza, con la verdad de la duda y con el error de la certeza. El hombre que ama intensamente debe ser campo trillado a una duda que duele, y el hombre que ama con certeza se equivoca decididamente en esa dirección. Sucede lo mismo con la creación, la misma tragedia de error y dolor. Y no tiene que apartarse el gozo de tan circunstancia, y por ello es una tragedia hermosa, ¿verdad, amigo Alberto? –hablo hoy contigo y para ti porque necesito un interlocutor atento en mi soledad; perdona que te use, amigo–. No saber que lo que se crea con intensidad y desasosiego es exactamente descubrimiento o magia [duda, siempre duda] o asertar firmemente que lo es [certeza/error] hasta caer en la cuenta de todas las carencias que contiene, que contenemos... y luego hundirse. Sí, una hermosa tragedia, Alberto, en la que crecemos y vamos anotando cada arruga de vejez en nuestros rostros. De ese celo, que es la duda, nos acaba siempre amane

Perderlo todo de un golpe...

«Perderlo todo de un golpe, / de un tajo limpio. //... // Mansiones vaciándose, las honro / como a una madre anciana. / Porque vaciarse –madre– es acción: / lo vacío no se puede vaciar. // ... // Nunca pierde quien rompe / y huye al alba. Yo en la noche / me he cosido a ti / toda una vida sin bastas.». Marina Tsvetáieva daba con harta frecuencia en el centro/cetro de la nada. Vaciar la vida para no perderla, usarla hasta agotarla, gastarla hasta la ruina. Porque morir con la vida a medias es un tremendo fracaso. Morir sin haberse vaciado es un fracaso, morir sin haber dicho a voces lo que te piden las vísceras es un fracaso, vivir sin pensar en el vacío para la muerte es un fracaso.

Ritmo

Me he dado cuenta de pronto que estoy en el bando de la eufonía, me gusta el ritmo machacón, la música en la palabra, los vocablos blandos y redondos, la rima que sorprende (nunca la buscada). Me fascina la palabra «muslos» y me enloquece la palabra «vértice». También me encanta crear palabras sin sentido, pero con sonido y sensación de blandura: «algábala», «dolamela», «voralanda», «dusmilebla»... y enredo con ellas creando una tranquila melopea que llega a hacerse física. A veces también juego a un ritmo hecho de números, los pronuncio en alto dándoles distintas entonaciones y cadencias... es divertido y ayuda al ritmo de mi mala poesía.

Me encanta sentirme poeta

Es curioso como la voluntad poética lleva siempre a buscar una existencia en lo trágico que se traduce por lo común en la insistencia en caminos que no responden a la realidad pacata en la que sobrevivimos. Al poeta le gustaría ser intenso en todo y, a la vez, ordenar su vida en monotemas: este año el amor, el año que viene el sufrimiento existencial, el siguiente la duda... y así gozar la itensidad de un sentimiento, de una forma de ser o estar... pero la vida no es así, la vida es caos y tono bajo como constante de paso. Es por ello que me encanta sentirme poeta, verme poeta; y es por ello también que escribo con más o menos suerte.

El valor de la poesía

Muchas veces me pregunto cómo puede medirse el valor de la poesía, tanto en lo individual como en lo colectivo, cómo un poema puede hacerse grande para el creador y cómo y por qué ese mismo poema triunfa o fracasa en el juego social. Como individuo que escribe y muestra sus cosas de vez en cuando, siento enseguida si un poema funciona para mí, y es curioso que ese sentimiento nunca viene dado por una propuesta original o rompedora, por una forma específica y trabajada o por un magnífico golpe de riñones... siento que el poema funciona sólo cuando ha sido capaz de acercarse a decir justo lo que yo quería decir, sin importar cómo ni de qué manera lo he dicho. Es, por tanto, fundamental el fondo del poema siempre que se refiera al autor y vaya sólo para él. Cuando el poema decide viajar, ya es otra cosa, pues no hay quien entienda las corrientes de opinión y los gustos estéticos con garantía de saberlos penetrar con éxito. Con otras palabras, cuando el poema decide viajar, ya estamos habl

Marina Tsvetaeva

«Yo te reconquisto de toda tierra y celestial altura, / porque el bosque es cuna y tumba, / porque estoy en la tierra con un solo pie, / porque voy a cantarte como no canté a nadie jamás. // Yo te recupero de todo tiempo y de toda espada, / de toda noche y de toda bandera; / arrojaré las llaves y los mastines del umbral, / pues soy perro fiel esta noche. // Te reconquisto de todos los demás y de la otra / pues no seré esposa de nadie, ni tú serás esposo de ninguna, / y en la última lucha te salvaré, ¡calla!, / del que en la noche estuvo con Jacob en la lucha. // Pero hasta que en tu pecho pueda cruzar los dedos / –¡maldito seas!– te ensimismas a solas, / tus dos alas alzadas al espacio infinito, / pues el mundo es tu cuna y tu sepulcro el mundo.». Ando corrigiendo una mala traducción de poemas de Marina Tsvetaeva y estoy disfrutando un montón a pesar de que con mi voz hago de sus versos un eco triste e incompleto. Me da rabia no saber ruso para poder leer en su idioma a esta poeta fort

Escribir

Escribir en este tiempo de ratas es fácil y a la vez muy complicado. Todo depende de cómo se aborde el trasunto de las palabras y con qué intención. Si la cosa va de publicar y epatar, no hay ningún problema, sólo tienes que mamar las pollas precisas y escribir exactamente lo que esas pollas quieran que escribas y cómo desean que lo hagas –es conveniente buscar a algún escritor de «enjundia política» muy bien colocado por dorar las píldoras mediáticas que le convienen a los partidos más poderosos y cartearse con él apoyando sus artículos de prensa, ensalzando su libros últimos y primeros y mostrando una admiración que ofrezca sumisión total; de ahí llegarán tus primeros trabajos para revistas especializadas, tu asistencia a cursitos, talleres y congresos como becario/a y, después, ponencias pagadas, conferencias, recitales, publicaciones conjuntas, premios magros y publicaciones individuales escaladas en editoriales diversas que con el tiempo serán de más calado... Dinero, al fin y al

ESCRIBIR

Escribir en este tiempo de ratas es fácil y a la vez muy complicado. Todo depende de cómo se aborde el trasunto de las palabras y con qué intención. Si la cosa va de publicar y epatar, no hay ningún problema, sólo tienes que mamar las pollas precisas y escribir exactamente lo que esas pollas quieran que escribas y cómo desean que lo hagas –es conveniente buscar a algún escritor de «enjundia política» muy bien colocado por dorar las píldoras mediáticas que le convienen a los partidos más poderosos y cartearse con él apoyando sus artículos de prensa, ensalzando su libros últimos y primeros y mostrando una admiración que ofrezca sumisión total; de ahí llegarán tus primeros trabajos para revistas especializadas, tu asistencia a cursitos, talleres y congresos como becario/a y, después, ponencias pagadas, conferencias, recitales, publicaciones conjuntas, premios magros y publicaciones individuales escaladas en editoriales diversas que con el tiempo serán de más calado... Dinero, al fin y al

Siempre dudo

Siempre dudo cuando me detengo a analizar mi forma de escritura. Por una parte quiero escribir en un tono triste y dulce; pero, por otra parte, el cuerpo me pide ironía y dura acidez. Generalmente, siempre marcado por mi carácter cambiante e impulsivo, los resultados escritos terminan siendo una mezcla que apenas puedo controlar y que es fiel reflejo de mi persona y de mi carácter. En mi trabajo creativo sólo soy capaz de controlar los pasos previos, los que se desarrollan en la mente. En esa fase prediseño con decisión y un alto grado de reflexión cómo será mi escritura, de qué tratará, cómo dibujaré sus cimas y sus valles. En ese punto llega un momento en que lo tengo todo muy claro en la cabeza, y ahí es justo cuando llega el caos de la escritura. Todo se vuelve nebuloso y parece que las manos deciden a su antojo, pasando de lo que pensé y de lo que decidí hacer desde la razón. En ese momento es cuando empiezo a disfrutar de la escritura, porque fluye con hambre y sin medida. Yo no

Grundtvig

Cuando Grundtvig dijo en el siglo XIX que «las gentes sencillas se sienten inseguras y se desaniman, los hombres cultivados dudan y calculan y los ricos se dedican a gozar y dormitar. Para la mayor parte de la población Dios es tan sólo una idea y la patria una palabra.», ya demostró que los países nórdicos iban muy por delante de los demás en el terreno de las ideas. Reconozco que he leído a pocos autores nórdicos –craso error de cálculo por mi parte–, aunque hubo un tiempo en el que me enganché a Ibsen, porque me gustó aquella idea suya que aparecía en «Un enemigo del pueblo» en la que venía a explicar que el hombre más fuerte siempre sería el hombre más solo. Luego me aburrí mucho con Ibsen y le olvidé, abandonando en los rincones más escondidos de mi biblioteca sus libros azules de teatro con tapa plástica e impresión en oro. Con los años, lo intenté con Kierkegaard, entusiasmado por alguna conversación con colegas muy leídos y por una idea estupenda sobre el amor que me dejó este

Sartre

Cuando Sartre dijo que «el mundo podría existir muy bien sin la literatura, e incluso mejor sin el hombre», ya había vendido una pila de libros y vivía de puta madre gracias a ese estatus de intelectual que conservó hasta su muerte. Sartre quizás no hubiera podido existir sin la literatura, y menos sin el «otro». Debo reconocer, en todo caso, que este tipo nos dejó un estupendo legado de palabras, que hasta escribió que «el hombre está condenado a ser libre», cuando la realidad nos dicta que el hombre a veces se resigna a serlo, pero por poco tiempo. En fin, que me encanta ser un pequeño existencialista cuando debiera plantearme ser un pequeño burgués con cara de gilipollas. «El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre puede encont

Einstein

Decía Alberto Einstein que «la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa». Estamos en un mundo plagado de tipos sentados a ver lo que pasa –yo ya soy uno de ellos–, y en ese descansar mirando van ocurriendo las cosas movidas por los hombres de paja –los políticos– y ordenadas por «el capital». A nosotros, los tipos sentados, se nos alimenta con imágenes y con salarios justitos para el consumo, de tal forma que no tengamos jamás la intención de sublevarnos ni la intención de subir en la vida más de lo que se nos tiene programado. Grave responsabilidad en este proceso la tienen los intelectuales arrimados al poder, apoyando con palabras y gestos todos y cada uno de los iconos del imperio decadente en el que nos ha tocado vivir. Nuestra casa, nuestro negocio, nuestra empresa y el fruto de nuestro trabajo pertenecen sin remisión a la banca, que con su dinero de plástico, sus créditos y su euríbor se ha apoderado de nuestra e

Kropotkin

Hoy he vuelto a leer el encendido breviario «Nuestras riquezas», de Kropotkin. Apareció en una caja que mantenía cerrada desde hace diez o quince años junto a mis libros de universitario (tratados de bioquímica, botánica, microbiología, citología e histología... Abrir la caja ha supuesto recuperar de golpe miles de recuerdos almacenados: la militancia antifascista, el rigor de algunos profesores, las noches del colegio mayor San Bartolomé, las novietas de entonces, los colegas a los que no he vuelto a ver jamás, la vietnamita y los panfletos... Pero «Nuestras riquezas» ha sido el hallazgo más jugoso, esa crítica voraz a lo acomodaticio del parlamentarismo que mastiqué cuando paradójicamente soñaba con una democracia. Recuerdo que toda la argumentación de Koprotkin sobre los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos y sobre la usurpación de ese trabajo coletivo por las clases adineradas me llenó de una lucidez militante que me dio fuerzas durante muchos años. Recuerdo casi

A «pensar» se aprende

A «pensar» se aprende, y el modelo de pensamiento de cada individuo tiene mucho que ver con sus maestros y con su entorno. Y cuando se aprende a pensar, ese proceso modula el comportamiento de cada uno con dosis de riesgo, temor, placer... El problema llega cuando te planteas si el pensamiento te domina o eres tú quien lo modula y lo maneja. Yo creo firmemente que el pensamiento hace con cada uno lo que le da la gana, poniendo barreras donde no las hay o no sabiendo sujetar cuando ha de hacerse. De ahí la importancia de la moral, bien o mal entendida, como alimento durante el periodo de aprendizaje. En fin, que admito el total alienamiento al que me tiene sometido mi pensamiento, enterrándome en tonterías, en normas autoimpuestas y puestas por los demás, el planteamientos peregrinos del amor y el sexo, de la violencia y la tolerancia, de la risa y el llanto. La lucha imposible, ahora, consiste en volver a convertirme en un hombre primario que sólo sepa moverse por estímulos de placer o

Nicolás Maquiavelo

Ponerse viejo es consentir la cruz de conservar cada una de las cosas que tienes, temer por ellas y ponerlas por encima de cualquier valor exterior y humano. Ponerse viejo es adular para permanecer o callar para permanecer o llorar para permanecer o esconderse para permanecer. Ponerse viejo es sentirse triste todo el tiempo y esperar. Ponerse viejo es una acción que no tiene nada que ver con la edad y que se mide en parámetros de ilusión y de ganas. Ponerse viejo es dar por hecho el amor... Ponerse viejo también es percibir cómo triunfan los necios mientras tú no sabes poner en valor la diferencia. Nicolás Maquiavelo agrupaba como poetas menores a todos los que hablaban del amor –y eso también es ponerse viejo–, aupando a superiores categorías a los poetas épicos y a los escritores políticos, aunque eso quizás fuera otra ironía del maestro de maestros. No sabía Nicolás en qué iban a terminar los políticos, a pesar de su convencimiento de que todo es circular y cada tiempo es una onda i

Soy todas y cada una de mis contradicciones

Soy todas y cada una de mis contradicciones. Ellas me atan a lo humano y conforman el fulano que soy y el que parezco. Y es importante que sea así, que mis contradicciones existan y yo sea absolutamente consciente de ellas para seguir en este camino incierto y bellísimo de la vida. Y, ¿por qué no?, me encanta ser como soy: Gritar contra la injusticia y vestir de marca o pelear por una segunda vivienda para mi gente, estar por la causa de la izquierda y querer ser un empresario rico –y que no se me logra–, escupir contra cierta literatura y gozar de sus ventajas, poner carteles a favor de la libertad de copia y militar de número en la SGAE y en ARCE para cobrar algunas pesetillas por lo mío, reírme de Dios mientras le busco y le niego a la vez, estar por la escuela pública y militar en la cosa de la privada... un caos, ¿no? Pero me parece que lo importante no es que exista la contradicción, sino saberla, asumirla y decirla sin rubor. Sí, yo soy un tipo que vive en y para la contradicció

Roger Wolfe

He vuelto esta tarde al diario de Roger Wolfe –«¡Que te follen, Nostradamus!»– para recuperar un pasaje en el que Roger cita a Luis Rosales y donde quizás se encuentre el alma de toda su escritura –la de Roger y también la de Luis Rosales–, y probablemente también de la mía. Allí se encierra esa verdad del «te va a dar igual, pues todo va a seguir su curso y tú no vas a cambiar nada de nada», los día van a seguir pasando como las hojas del calendario y tú caerás con ellas, sin más y sin menos. La lucidez está en hacerle saber al personal que esa «obviedad» que casi nadie pondera es la más justa de las realidades, aunque parezca un contrasentido ese intento de hacer demostraciones ante el convencimiento de su inutilidad. Estas palabras de Roger dan sentido a toda su escritura, y a la mía, pero también se lo quitan...

«¿Poesía? ¿Qué é seto?»

propia lengua y que nos parecemos más a los tontos con gafas que a la gente que pisa la calle. Quizás haga falta que la ironía y el ingenio vuelvan al poema para cargarse de un ataque de risa a los pesados de lectura con diccionario, a los tristes de atar, a los poetas profesores –que últimamente me tocan a mí en un alto porcentaje, y no hablo de AGT, ¿vale?– que se han leído a JRJ y lo quieren emular ante sus alumnos –que somos todos– y nos machacan con discursos aburridos e interminables en un monotono que es capaz de dormir a los más despabilados –des/pábilo // des/pábulo, je, je–. ¿Por qué no el poema chiste otra vez?, aquella cosa Tono de juego de palabras y risa franca. Poemas/chiste inteligentes, eso sí. Yo qué sé, una poética, para abrir boca, que llevase por título «¿Poesía? ¿Qué é seto?» y que compendiase modos y filosofía poética de vida alegre y descarada, que de las historias descarnadas en versos tristes e incomprensibles estoy ya hasta el coco –de las mías también, por s

«Who is me / Poeta de las cenizas»

«Who is me / Poeta de las cenizas» DVD poesía, nº. 52 112 páginas Barcelona 2002 Pier Paolo Pasolini, que nació en Bolonia en 1922 y falleció de muerte violenta en Ostia durante el año 1975, puede considerarse como uno de los más grandes creadores del siglo XX en diversos campos, aunque el de la poesía es que mejor muestra su enorme talento artístico, su sensibilidad llena de amargura y lo más sobresaliente de su existencialismo. Ejemplos de esta afirmación pueden disfrutarse en la lectura de «Dal diario (1945-1947)», publicado en su primera edición por Salvatore Sciascia Editore en 1954, un manojo de poemas donde la felicidad, la pobreza y la juventud toman la palabra con una magistral desazón; o en esos apuntes de un triste despertar que PPP tituló «Poesie a Casarsa» (1942) en el que el autor aparece lleno de inseguridad pero ya poseedor de la palabra; o «Le ceneri di Gramsci», con el hundimiento de los ideales saliéndose por los poros de cada poema; o «Poesía en forma de rosa», con

El recuerdo inventado

Todos hemos desarrollado en nuestra memoria un apartado para el recuerdo inventado que generalmente tiene una frontera tan nebulosa con el recuerdo real, que tiende a mezclar y a confundir ambos tipos de recuerdos. El recuerdo inventado pertenece absolutamente al plano de la creacción y tiene mucho que ver con nuestro devenir vital. Evocamos acciones pasadas que no existieron pero que perfectamente pudieron existir, un beso furtivo, una travesura, unas palabras dichas en voz alta... y ese recuerdo siempre abunda en nuestro diseño del pasado, es decir, que modulamos el pasado a nuestro gusto para convertirnos, digamos que con un engaño menor, en el tipo que siempre quisimos ser. Esta forma de recuerdo termina penetrando de tal manera en nuestro proceso mental, que terminamos creyendo sin duda en que tuvo una acción real y propia. A mí me resulta fascinante trabajar en este campo e ir descubriendo poco a poco mis recuerdos inventados –con mucha dificultad, por supuesto–. El recuerdo usur

«la poesía es la acción real»

Aseveraba Pier Paolo que «la poesía es la acción real» y que evocarla –la acción real– es lo que puede concretarse en versos. Yo creo a pies juntillas que por ahí va la cosa, que la poesía habita en la vivencia, en el acto, en el sentimiento interior. No en la palabra, que sólo puede acercarse al hecho poético con grandes pérdidas en el camino. Así, el buen poeta es el que se deja menos material en el viaje, el que encuentra los versos que son capaces de contener todo el indicio deshidratado, el que es capaz de reproducir en el receptor un tanto por ciento de los sentimientos sucedidos en la «acción real» –no se confunda el prosaísmo de lo descriptivo, por favor–. A más porcentaje, mejor poeta. Este planteamiento acabaría con cienmil poéticas en este justo instante. El decorado, el florilegio, la justa medida, el ritmo interno, la metáfora, el flou y el flash vienen bien y a mejor, pero no solamente...

Matelda

Una Matelda necesitaba hoy, una Matelda que fuese capaz de enseñarme el paraíso a la vez que me incitase al baño en las aguas leteas para que todo fuese también olvido. ¡Es todo tan importante! Ja, ja. ¡Tan importante...!: No tiene la sopa el punto de sal y se jodío el día... ¡Por Dios! Y así una hora sobre otra, un día sobre otro, una semana sobre otra. No saber determinar lo que realmente tiene importancia es perderse la vida en jodidas anécdotas que sólo pueden ser estrategia de la máscara. ¿Qué dirán?, ¿cómo lo dirán?, ¿con qué pensamiento me mirarán? Y me sale un poema nuevo para sumar o restar. «AMANECE EN RIMINI»: « De las uñas mordidas o de lo que amé / cuando los días no sabían acabar / porque eran luz y ocaso y a la inversa // me quedó como un batir de párpados / un pestañeo sepia o blanco y negro / que me hace y deshace / que me rima hacia adentro / en justa consonante // El mar que no vi entonces / era una piel ajena / llamando a lo interior como una química // ahora paz /

Anatole France

No sé por qué hoy recuerdo a un personaje pintoresco de Anatole France. Evaristo Gamelin, se llamaba el tipo; un hombre de la revolución francesa, de nobles intenciones, que se dejó llevar por Robespierre a la práctica del terror. Recuerdo que todo en Gamelin era puro, profundo y andaba por los caminos de la lógica. Su fe en la revolución le hizo un ser sanguinario y hasta consiguió marchar hacia la muerte con la cabeza bien alta. Quizás me llegue Gamelin como un prototipo con el que experimentar durante un tiempo hacia afuera. Jugar al cedazo de las ideas puras y no dejar pasar ni una a nadie, amigo o enemigo, siendo implacable en todo. Aunque, la verdad, no tengo demasiadas ganas de volver a esa cresta en la que el respeto se expresa con puñaladas en la espalda y con amargo veneno en el café. Prefiero una pequeña muerte en mi Venecia diaria mientras se me deshace el maquillaje entre el sudor frío, una muerte mirando al mundo desde mi patetismo, pero en absoluto silencio.

Federico Fellini

Cuando Federico Fellini escribió el guión «Hammarcord – l’uomo invaso», que llegaría luego al cine con el título de «Amarcord», trabajó con una mezcla de recuerdos reales y de recuerdos falsos, es decir, con la memoria selectiva y con la memoria colectiva. El recuerdo falso es esa memoria inventada que recrea el pasado como laúdano o como recurso al olvido. A mí me encanta elaborar recuerdos que se sostengan y que ayuden a argumentar situaciones presentes y futuras. No se miente cuando se recurre al recuerdo falso, porque cuando toma calidad de recuerdo ya está dotado de existencia en la nebulosa de la mente, que lo procesa y lo asume como vivido. Por eso el recuerdo falso pertenece a la memoria colectiva, porque sin ser experiencia individual sí fue experiencia de grupo, ya que, normalmente, el recuerdo falso se ata siempre a un entorno real para que pueda funcionar como recuerdo. Es imposible armar un recuerdo falso que se concrete, por ejemplo, en haber volado con alas de pájaro; pe

La petulancia es como la sangre

La petulancia es como la sangre, es indispensable para la vida del hombre, y sólo la estupidez puede ponerle sordina, porque no es lo mismo ser un petulante a secas que ser un petulante y un estúpido. Por las noches siempre vuelvo al trabajo, pero no a los números, vuelvo más bien a la soledad de mi cueva, al silencio de los fantasmas. Entonces leo poemas herméticos, relatos de emergencia, revistas literarias antiguas. Mi oxígeno está en las noches solitarias de lectura. Cuando no leo, escribo algunas cosas, pero nunca acabo nada, porque siempre he considerado que acabar un texto, cerrarlo, es asesinarlo. Todo queda siempre abierto en mi cueva porque estoy seguro de que la vida es sólo un proyecto hasta que se acaba, y, cuando se acaba, ya no es vida. Durante esas/estas horas de soledad fumo con delectación, saboreo cada cigarro como una muerte tranquila y deseada. Algunas veces me quedo absorto mirándome las manos. Otras veces me quedo dormido de puro cansancio. A veces me da por pens

Meisterstuck 149

¿Y la belleza de la inutilidad? No es creador el que persigue la originalidad como camino único. El verdadero creador es el que sabe modificar la realidad de lo anecdótico creando símbolos universales. Llevo las gafas colgadas del cuello por un cordón marrón con pequeñas abrazaderas doradas que atrapan las patillas de las gafas con auténtico celo, pero apenas me pongo las gafas porque me resultan molestas, aunque las necesito. Llevo un portaplumas con una pluma Pilot retráctil y una Meisterstuck 149 negra como el azabache más negro. La Pluma Pilot la utilizo para los garabatos –que cada día se hacen más frecuentes–, y con la Meisterstuck 149 escribo algunas notas sobre mis pensamientos y firmo los documentos de mi empresa. Las plumas son mi pasión, sobre todo si tienen el tacto frío y el peso justo para sentirlas deslizarse sobre el papel. A veces me parece que son una prolongación natural de mi mano y no las suelto en todo el día. Mis plumas ejercen una labor relajante con sólo tocar

La soledad

La soledad es el mejor acento para la razón. Cuando se está absolutamente solo, cuando incluso los lazos más íntimos con los demás se olvidan, la razón funciona en su máxima pureza; pero es una razón individual que se modela con parámetros absolutamente únicos. No importa el otro, no existe la barrera de la conciencia ni la del ridículo. Desde esa razón pura se pueden arbitrar todos los movimientos, se pueden abarcar todos los indicios y darles la forma apetecida. Quizás en este justo punto la razón haga una bella intersección con la libertad. De tal experiencia interior nace el acto creativo, que no tiene por qué tener una respuesta física... la creación para el deleite único del creador, la razón como experiencia interior inigualable, la libertad como patrimonio individual irrenunciable.». A veces me asaltan días vacíos en los que deseo morir con la intensidad más inimaginada. Me veo ínfimo, inexistente, perdido en los números vacíos de mis libros de cuentas y de mis papelotes. Soy i

Seguir al poema

Muchas veces me pregunto sobre la finalidad del poema, sobre su uso, sobre la cruz o el gozo de conformarlo y sobre el vacío hacia el que navega siempre. ¿Por qué escribo poesía y para qué? Y sólo se me ocurren respuestas comunes que me he repetido siempre hasta el descanso de la duda. Una de mis respuestas va por el camino de lo laudánico: escribo porque me calma, porque expulso tensión y silencios nocivos, porque el poema es chamán que sabe sacarme la rabia, el odio y la desesperación. ¿Lo hago sólo por eso? No lo tengo nada claro. Otras respuestas nadan las aguas de la comodidad del regate corto, de la suntuosa habitación de la vanidad, de todo lo alimenticio, de la mentira individual hacia lo colectivo. La verdad es que ninguna respuesta me sacia. No sé por qué escribo y tampoco sé qué obtengo de la poesía, a no ser preguntas infinitas y enredadas que jamás me alumbran certezas, Sé institivamente que el poema me ayuda, me llega y se va, me acompaña; sé que a veces me duele hasta na

Hank

Hice noche con Hank en el Motel Viking [28 dólares la habitación… 30,10 con el impuesto] y nos reunimos después de cenar en su habitación para charlar un ratito y beber unas copas de ‘petite sirah’ mientras enganchábamos el sueño [era la habitación número 20]. Sobre la colcha azul raída Hank me explicó que una mujer que jamás haya podido ver a su hombre desnudo con el miembro en reposo puede sentirse una mujer querida, a la vez que me comentaba que a él nunca se le había dado tal circunstancia, y por eso sabía que no había dado aún con la mujer de su vida. Había allí una televisión en blanco y negro de 12 pulgadas. Hank la encedió, subió el volumen y la puso mirando a la pared. – No sé dormir sin compañía, amigo. Cuando nos despedimos, vi cómo Hank comenzaba a boxear con su sombra. – Siempre hago ejercicio antes de dormir… nunca al despertarme.

Lucía Ashton*

Caminando por el centro de Madrid, coincidí con Lucía Ashton –nos conocíamos de un encuentro en Glasgow al que asistió con su pareja–. La saludé asombrado de encontrarla así, sola, en Madrid, caminando como perdida; y le pregunté por los detalles de su estancia. “Vine hasta aquí atraída por una manifestación de víctimas, pues como yo lo fui siempre, tomé la decisión de mostrarme y gritar… pero está escrito que toda criatura viviente, aún aquellas que deberían mostrarse más corteses conmigo, ha de huir de mí y abandonarme a quienes me persiguen…” Preocupado, me interesé vivamente por si le había sucedido algo en lo que yo pudiese intervenir. “Nada, amigo, nada… tan solo caí entre una multitud que buscaba el horror como necesidad práctica… ahora me vuelvo a Escocia para morir a solas.”. La besé en la mejilla y nos despedimos sin más. La ciudad se presentía tomada y sin futuro. * (Lucía Ashton es un personaje creado por Walter Scott para su novela “La novia de Lammermoor”)

Iván Turguenev

Después de leer una edición del diario “El Mundo” que le llevé a su domicilio, Iván Turguenev, que andaba engolfado en la escritura de una novela que titularía “Víspera”, decidió sumar a la misma un personaje que fuera todo lo contrario de la representación de un político medio español según ese diario cavernario y conservador. Creó así a Dmitri Nikanorovich Insarov, un hombre de voluntad incomparable, gran perseverancia, cumplida decisión y un alto dominio de sí mismo con un perfecto añadido de honradez y sinceridad. Pasaron unos meses y volví a visitar al maestro con cierta curiosidad por conocer a ese personaje del que fui de alguna manera detonante. Saludé al Turguenev cuando me abrió la puerta de su casa y, cuando se me presentó la ocasión, le pregunté por Insarov. ”Un completo fracaso –me respondió–, Insarov era tan vulgar y anodino que sólo me sirvió para hacer una crítica velada de la nueva generación rusa… pero nunca para conseguir cierta altura literaria”. Sonreí levemente y

Rieux*

Esta misma mañana, cuando salía acompañado del doctor Rieux* de la Biblioteca del Estado de La Casa de Las Conchas, tropecé con una rata muerta. Le mostré a mi amigo tan grosero deshecho y noté cómo su cara pasaba de su general gesto relajado a un gesto de preocupación. Se acercó a mi oído y me dijo: “Dios vuelve a estar callado, amigo Felipe… Volverá el dolor”. Mientras Rieux me hablaba, pasó a nuestro lado un tal Lanzarote. Rieux le miró y siguió diciéndome: “Ni en Orán fueron los presagios peores…”. Y tomamos camino hacia nuestra pensión de la calle Meléndez. No llovía. *(Rieux pertenece al mundo creativo de Albert Camus, exactamente al mundo de “La peste”).

Homais*

Cuando visité a Pier Paolo Pasolini en el hotel de Riva Ligure en el que se alojaba, le encontré desastrado y arisco. Me recibió a pesar de su estado y charlamos de asuntos superficiales durante más de cuarenta y cinco minutos. De repente, cuando nuestra conversación transitaba por la curia romana y sus asuntos oscuros, Pier Paolo cortó la conversación con una especie de rugido, me miró fijamente a los ojos y dijo: “Eres la reencarnación de Homais, cabrón. Mediocre, anticlerical y volteriano… siempre pendiente de tus intereses. Tu alma provinciana no te permite ver cómo caemos vencidos los héroes, mientras te hinchas con tus condecoraciones absurdas y grotescas… Métete tu seguridad donde te quepa…”. Y haciendo gestos de bufón, como una burla, desapareció por el pasillo de camino a su habitación. De vuelta a casa, pensé en sus palabras y las encontré cargadas de razón… a los mediocres sólo nos queda la posibilidad de ser Homais, que es como ser nada. * (Homais es un personaje de “Mada