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Mostrando entradas de noviembre 29, 2009

Usted, que está en los cielos...

Qué lindo verla llegar desde el horizonte y decirme: “Usted, que está en los cielos, mire la luna que acaba de salir, esa luna mochica que aquí siempre fue muerte, una muerte para estar mejor, un sacrificio para cambiar el mundo… usted, que apenas pisa la tierra y ya tiene ganas de irse porque le cansa tanta miseria junta… no se asuste, hágalo por mí, que necesito su seguridad como a la virgencita o a San Judas Tadeo, no se asuste ni se vaya jamás, que solo su presencia produce aquí mil cambios y hace brotar sonrisas… solo déjese llevar por este viento que trae la arena de las playas del Oeste, déjese llevar por la intención ajena, y beba si quiere este pisco que le ofrezco hasta que la ebriedad le ponga en la justa verdad de lo que aquí sucede… usted, gringo que trae la noche serena y pura, no se vaya jamás, no se me vaya aunque ya tenga ganas de volver con los suyos, que aquí se necesita verle para saber que hay un futuro cierto… no haga nada, no diga lo que no quiero oír, solo déjes

Jamás creí que fuera tanto.

Jamás creí que fuera tanto… y sin embargo temo que me pidan el mar o que no sepa desprenderme de estar vivo. Jamás creí que de esta nada con esqueleto y piel, con corvas y rodillas remendadas, naciera el deletreo de la palabra “manos” para hacer los abismos habitables. Jamás pude imaginar sentirme dado como ahora me siento, y agarro con mis manos el verbo “merecer” y aprendo la costumbre de ser sombra sin un cuerpo presente que proyecte el ayer o una sonrisa. La distancia es un claro necesario en el bosque de mí cuando el viento no amaina… la distancia es la sed que hace preciso el rapto. Jamás creí que fuera tanto…

Que las manos sostengan...

Que las manos sostengan o cubran o acaricien o, sin más, pidan y que sean solo manos para atarse a otras manos cuando todo germine: es el viaje, amiga, solo el viaje ::: El rostro de la estatua en La Alameda espera que yo vuelva alguna tarde