Anacardos
Anarcardos y verte vampirísima,
encalada de luz
como un muro recién pintado
o viajar hasta Praga como un viejo geómetra
o un soldado sin balas...
y allí, en las cristaleras,
hacer vaho con la boca
y dibujar un alce
y que se haga borroso morir
y un clin Cinecittà en la nuca...
Anarcardos y piñones garrapiñados a mis ojos postizos,
ya tan solo capaces de mirar bodegones,
de ver bodegones oscuros del diecisiete...
y un agujero en la media...
ya vuelan los pelícanos al fondo,
ya está el mundo otra vez
como aquel bungalow frente a las olas
y el coche detenido,
colgadas las toallas en el baño
mientras la tarde funde a negro
despacio
y te calzas unas botas marrones...
y el cielo de noviembre remansado,
justo aquí arriba,
encimita de mí,
como una losa
que mira lo que hacemos...
Mujer de Cao momificada
con la boca abierta hasta ser fauce,
con el charco de sangre a su derecha...
¿por qué yo? -se decía- ¿por qué yo?...
y el sol sobre el Pacífico
rodando rojo y rojo
y un zumo de toronja
y mirar atontado a las olas pequeñas,
deslumbrado
y a punto de morir por estar existiendo,
por querer ser albatros
y volar con paciencia
los aeródromos de los cuerpos recientes...
colinas, uvas, ciénagas...
el planeta es un cuerpo que no cesa
y odio con verdadera angustia
los aparcamientos subterráneos,
los fallitos eléctricos del brasero o la tele,
la puerta del armario...
odio a la bailarina del vasito de plástico,
la clemencia sin más...
mi dulce amor, odiar es tener miedo -me dice-
la traición a las cosas...
y el pendiente penetra
sin sangrar en el lóbulo,
y el omnibús me espera...
¿va a montar?...
no -le digo-...
y continúa su marcha
y me desencuaderno...
unos muslos ahora,
tersos,
un vientre,
unas manoplas de lana color guinda,
unos ojos de cromo
y wulfenita amarilla,
unas manos rozando,
un temblor...
la vida son dos cuerpos...
Anacardos y risas,
castañas confitadas y setas perrochico...
es todo ahora...
bueno, también maleza y humus,
humedad,
manos frías...
y la mujer de Cao
con su corona atada
y dos fíbulas de oro,
con su piel hecha cuero
y un vestido de peces...
sin el fulgor de entonces,
sin el mando que tuvo,
sin sus nalgas rellenas,
sin sus pechos de estambres...
allí,
en la urna mejor,
con un espejo grande
para verla sin miedo
a que se quede en polvo...
cristales de Swarovski sobre el pecho
y péndulos de plata...
son las horas así,
más bien estoque
y soportales...
y olor a sándalo...
y ruido de hojarasca...
y un tantra Mallarmé...
quiero ser a ratitos una estatua de sal,
un Homero en la niebla
o simplemente dos minutos de Wallace Stevens...
la gárgola en Turín,
un paquetito envuelto de almacenes la Rinascente,
Joan Miró el día que pintó La masía,
Vallejo en Bocanegra escribiendo en cursiva,
Chomsky pensando un rato
o vivir en Bearn cuatro jornadas
entre sombra y visillos...
ahora no molestan las avispas
-estarán en Amberes o en sus nidos de otoño-,
tan solo algunas moscas
en sus ultimas horas
jaspean mis oídos con su zum-zum de moscas,
como Rubén Darío...
las grúas detenidas
son como velas muertas
dejadas a los vientos que les lleguen...
chirrían como grúas
y aportan a mi espacio
una sombra asombrosa de reloj
mientras se viene abajo todo
y un miedo cajaduero
trepa hasta las ventanas por los muros...
no estoy donde se debe
y he leído a Karl Marx
una noche de todos los demonios,
a Laforgue cuando empezó el verano
–pensando en que sería mi montera... pero no-,
a Ciorán, a Mayakovski, a Verne...
solo Cortázar pudo
con mi vientre angustiado,
lleno de prisas,
de temores,
de vértigos...
y me vi en su rayuela,
en su Rayuela,
como un santo castrado
o lo más pequeñito...
no sabes escribir
-me dijo alguien hace ya mucho tiempo-...
algunos me insultaron
por dos grafismos agrios
o solo por envidia de nada,
ya ves tú,
que no soy más que esto que ves,
que es nada sobre nada,
pucheros e ir al baño,
pensar en lo que quiero
y no podré tener,
ya ves tú,
que no sé ni juntar
cuatro palabras
con un sentido cierto,
que soy el puro azar,
el desencuentro,
la traba,
el altramuz que te atraganta,
el no saber qué hacer con este tiempo
tan con grilletes sólidos,
ya ves tú,
que puse hijos a su suerte
y no sé cómo hacer
no ser su suerte,
que imaginé otra vida
y ni de coña...
también es cierto
que no soy mucho menos que cualquiera,
y eso ya viene siendo mucho,
ya ves tú,
que he leído lo que cayó (calló)
en mis manos
y apenas he sacado un par de conclusiones
de estos cincuentaitantos que me crestan,
ya ves tú...
y ahí siguen los hombres con sus cosas,
algunos que se piensan
todo el todo
y otros el nada más...
y ahí van a seguir,
haciendo daño,
haciéndose daño,
sin echar un minuto
en lo que habría que echarlo,
sin salir a gritar a la ventana
cosas como ¡cabrón! o ¡hijo de puta!...
en fin,
ya ves tú...
y, si eso,
me dices lo que piensas.
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